Aulas y hospitales se van llenando de alumnas y alumnos.

Aun sin entender bien por qué, son una selección de nuestros estudiantes más brillantes, al menos desde el punto de vista puramente académico; proyectos nuevos, aún por hacer, de personas nuevas y nuevos profesionales. Unos comienzan y otros continúan un aprendizaje de conceptos y experiencias más o menos estructuradas que tienen un fin noble y bien definido; con esfuerzo y dedicación aprenderán conceptos y recursos técnicos con los que controlar enfermedades y sus síntomas.

Pero esto, sin dejar de ser importante, después de estos años de ejercicio, no estoy seguro de que sea suficiente para poder lograr dar respuesta al que creo es el verdadero fin de la vocación sanitaria: ayudar al que sufre, en este caso, por motivos de salud.

El hecho de ayudar implica el desarrollo de importantes cualidades «extraacadémicas» que, si me perdonan la osadía, me gustaría esbozar brevemente en estas líneas a la vista de mi experiencia.

-La primera, la cercanía. Para ello debemos romper miedos, aproximarnos y abrir nuestras puertas al otro con el convencimiento de que el crecimiento profesional y personal llega a nosotros a modo de enfermo. Teniendo como punto de partida y entorno la serenidad personal, el paciente debe sentirse, con libertad, confiado y sin miedos añadidos a los propios de su padecimiento. Desde una relación basada en la simetría moral, la proximidad nos muestra sus anhelos y las expectativas que el paciente pone en nuestras acciones y nos proporciona una información no poco importante a la hora de una evaluación profesional.

-- La toma de contacto con el sufrimiento ajeno nos debe hacer también corresponsables como sanitarios, con su erradicación o su paliación cuando sea posible, o con el acompañamiento al paciente y a su entorno más íntimo, ante sufrimientos inevitables. Los estudios de medicina o enfermería nos proporcionan, sin duda, herramientas muy útiles en la erradicación o paliación del sufrimiento evitable. Sin embargo, el acompañamiento se convierte en un reto, si tenemos en cuenta que tiene que ver más con el desarrollo de una mente sana, humilde, serena, ecuánime y sabia y con lo que somos: testigos de excepción del camino que los enfermos recorren, desde donde aprendemos y conocemos las diferentes hojas de ruta que conducen a la resolución del problema o a la clausura de una biografía. Nos convertimos, por tanto, en cicerones en momentos, en ocasiones importantes, como es el la enfermedad o final de la vida. De pequeños, aprendemos que ir de la mano de alguien que conoce el camino, elimina el temor. La corresponsabilidad nos convertirá en ocasiones en el mejor antídoto contra el miedo.

--Por último, la compasión es, probablemente, la cualidad que hace útiles a las dos anteriores, cercanía y corresponsabilidad.

Lejos de ser ésta una actitud meramente contemplativa en la que se muestra lástima por el sufrimiento ajeno, la compasión es acción y busca cambiar a toda costa el entorno del que padece, haciéndolo más favorable. La mente bien formada del sanitario al servicio de los dictámenes de su corazón, unido todo ello al deseo de aliviar, supera el estrés emocional que supone mirar de frente en el espejo del sufrimiento ajeno.

Futuros sanitarios, les invito a entender que lo que en este año y en los venideros aprendan, tiene un fin bien claro: ¡¡ayudar!!..: Y si así lo consideran, les invito también a que incluyan en su programa auto-formativo la formación y el crecimiento en estas cualidades que convertirán en auténtica vocación el ejercicio de la profesión sanitaria.

* Oncólogo médico.