El PSOE culminó ayer un proceso ejemplar para sustituir a Rubalcaba. Primero votaron los militantes, que eligieron a Pedro Sánchez, y este fin de semana un congreso ha ratificado al nuevo líder y ha designado a la ejecutiva con un apoyo del 86%, seis puntos más que la de Rubalcaba. De este procedimiento inédito y democrático debería salir un partido "más fuerte y más unido", pese a algunas denuncias de falta de integración de Madina y Pérez Tapias, los rivales derrotados por Sánchez, que deberá confirmar ahora las buenas intenciones de su discurso, que en el plano territorial no se salió de los raíles diseñados por Rubalcaba y Pere Navarro --a quienes dio las gracias-- en la Declaración de Granada: reforma de la Constitución, votada por todos los españoles, y federalismo, frente a "la recentralización de la derecha madrileña y el separatismo de Mas". El resto del discurso se centró en la alternativa económica de los socialistas, en las críticas al Gobierno y en la necesidad de regenerar la política y de modernizar la izquierda. Sánchez reivindicó a los políticos audaces y algunos de sus anuncios podrían calificarse así: supresión de los aforamientos, transparencia en las cuentas del partido y del patrimonio de los dirigentes o derogación de los acuerdos con el Vaticano. Pero se cuidó mucho de caer en el populismo, que criticó en una clara referencia a Podemos, y reivindicó un PSOE como partido de gobierno, defensor del progreso y alejado de la demagogia. La principal divisa fue que el nuevo PSOE hará lo que promete. Para verlo, habrá que esperar.