En una semana, Alemania ha vivido cuatro actos de violencia de diferente naturaleza y causas dispares (un ataque con un hacha en un tren regional en Wurtzburg, el tiroteo en un centro comercial de Múnich, el asesinato de una mujer embarazada en Reutlingen y el atentado con una mochila bomba en Ansbach) que tienen en común que los cuatro autores pueden vincularse a Oriente Próximo (dos eran refugiados sirios, uno afgano y el otro era un alemán de origen iraní). La acumulación de actos de violencia en una semana, la coincidencia en el tiempo con el atentado de Niza y la mezcla de confusión, miedo y prejuicios que explotan por igual el yihadismo y la xenofobia hacen posible que un presunto asesinato de violencia machista (Reutlingen), un tiroteo que parece hecho al estilo Columbine (Múnich) y dos atentados perpetrados por lobos solitarios yihadistas (Wurtzburg y Ansbach) alimenten la psicosis.

No es la primera que algo así sucede en Alemania, el país de la UE que por expresa decisión de la cancillera, Angela Merkel, cuyo comportamiento ha sido y sigue siendo un ejemplo para la timorata y poco coherente unión Europea, ha sido el que más y mejor ha acogido a los refugiados que huyen del infierno en que se han convertido Siria y gran parte de Irak. A principios de año, el país vivió una agria polémica a cuenta de numerosas agresiones sexuales que sufrieron mujeres en fiestas de Nochevieja, que la ultraderecha y el grupo racista Pegida imputaron a los refugiados para poner en cuestión la política de asilo de Merkel. Como entonces, ahora tan solo la ultraderecha ha usado contra los refugiados los ataques, y si un debate ha surgido es el del control de armas. Pero esto no significa que la psicosis no exista. La forma en que se han producido estos crímenes, sea cual sea su origen, tiene la consecuencia de aterrorizar al ciudadano, de que los alemanes no se sientan seguros en situaciones cotidianas de total normalidad. Si a eso se añade que, en el caso de las acciones de corte yihadista, no es preciso que exista previa conexión del lobo solitario con la estructura de Daesh, lo que hace difícil prever estos ataques, es normal que el miedo se acentúe. Evitar que las pasiones se inflamen contra colectivos como el de los refugiados, víctimas de la guerra y del Estado Islámico, debe ser una de las prioridades del Gobierno de coalición de Merkel.

La resistencia del Estado y la sociedad civil ante la corriente populista y xenófoba que recorre Europa viven una prueba de fuego en Alemania (al igual que en Francia) a causa de los azotes de la violencia. Información, transparencia, Estado de derecho y no ceder a la tentación de legitimar las premisas de los populistas y los xenófobos son condiciones imprescindibles para evitar que el miedo se instale entre la ciudadanía y ponga en peligro la convivencia. La firmeza de la democracia alemana puede ser un espejo en el que se mire el resto de Europa. H