Aún no sabemos casi nada de cómo funciona nuestro cerebro… Tan es así que están planeando un inmenso proyecto parecido al de la secuenciación del genoma humano con objeto de construir una especie de mapamundi de la mente. Mientras tanto nos conformaremos con ir de sorpresa en sorpresa tropezándonos con un perfil psicológico nuevo o una inesperada respuesta ante un mismo suceso. Es cierto que también hay algunas constantes, ciertos caminos que recordamos como ya recorridos, una vida ordenada y previsible, que es lo que nos permite vivir y dormir sin miedo. Cuando uno se siente derrotado, sin esperanza y sin salidas, si es depresivo, puede que tire hacia la autodestrucción y el suicidio; o puede sentir la necesidad de impregnarlo todo del mismo sentimiento trágico, y transformar por extensión un drama personal en toda una tragedia para la Humanidad. La razón y la utilidad de ese comportamiento son bien sencillas: si acabo con la Humanidad, termina también mi drama.

Esa tentación de destruir el Mundo se queda habitualmente en una simple fantasía en la mayoría de las personas. Pero la Historia está plagada de ejemplos de esa estrategia megadestructiva para apaciguar el dolor por la frustración personal. Particularmente importantes son los casos relacionados con el mundo de la política y el poder. Muchos políticos no han titubeado al conducir a todo un pueblo hacia el desastre en un salto hacia adelante con tintes suicidas. Hitler no es el único. Ha habido y hay muchos Hitler en diferentes escalas de poder. Lo inquietante de ese perfil psicológico megadestructivo es que no se detecta hasta que ya es demasiado tarde. La personalidad embaucadora de estos sujetos les permite alcanzar el poder y afianzarse en él. Es solo cuestión de tiempo que descubran el inmenso poder destructivo que tienen en sus manos. Y luego ya solo hace falta que surja esa oportunidad en la que una vez se descubran en un callejón sin salida, su frustración los anime a salir por la tremenda.

Me preocupa la trayectoria que lleva la historia reciente de España. Y más me preocupa el perfil psicológico de las personas que se encuentran ahora mismo en puestos de responsabilidad política. Las ideas románticas y los comportamientos irreflexivos e irracionales se han abierto paso, empujados por los problemas sociales, y se han instalado en los ayuntamientos, y en parlamentos y gobiernos. Ya podemos poner nombre y apellidos a políticos cuya frustración podrá conducirnos al desastre.

A veces se me ocurre que quizás esto no esté ocurriendo por casualidad, sino que sea la emergencia y concreción en el mundo de la política de un cúmulo de frustraciones individuales que está avivando en todos nosotros el deseo de autodestruirnos. ¿Quiere España autodestruirse por un cúmulo de millones de frustraciones individuales? Si fuera ese el caso, me dolería menos. El problema es descubrir que estamos en manos de una pandilla de chiflados a quienes no les importa morir, es más, que desean inmolarse des-truyéndolo todo para dar sentido y satisfacción a sus mezquinas vidas.

Es necesario parar esta dinámica irresponsable. Detenerse y tomar aire. Pensar bien las respuestas. Abrir vías alternativas que permitan salidas airosas. No criminalizar mientras no sea absolutamente imprescindible. Buscar puntos de coincidencia. Y sobre hace falta que quienes creemos en la construcción más que en la destrucción (a pesar de los problemas y frustraciones que podamos tener y de hecho tenemos), salgamos a hablar sin reparo y con pasión sobre las ventajas de construir un proyecto común, respetuoso con las diferencias, pero integrador. Eso puede y debe ser España.

* Profesor de la UCO