A pesar de la contumaz realidad de las cifras, que nos desnudan el drama de los parados de larga duración, la emigración de los jóvenes, los sentimientos xenófobos o la enquistada corrupción, nos desayunamos cada mañana con un catálogo interminable de promesas de todo sabor, color y olor, en un supermercado de ofertas y saldos, de pujas y subastas al mejor postor en este mercado del voto. Unos prometen millones de empleos, otros energías renovables, estos blindar la dependencia, y aquéllos oficinas antifraude. Nos ofrecen aeropuertos, tranvías, rondas y un sin fín de recursos. Los negros escritores de discursos, los coordinadores de campaña y los expertos en marketing electoral deberían asesorar a nuestros líderes en que las muchas promesas disminuyen la confianza del ciudadano. Cuanto más grande sea la promesa, más sospechosa resulta, porque nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir, escribía Quevedo.

Todo el mundo nos hace promesas. Si los políticos nos prometen el dorado estado del bienestar, los bancos nos prometen mejores intereses, los alimentos nos prometen mejor línea y las cremas nos garantizan una vejez con menos arrugas. La niña es una promesa de mujer, la semilla de bosque, y las parejas de enamorados se conjuran amor eterno. Y cuanto más eterno, antes termina en el Juzgado de Familia. No siguen el consejo del poeta cuando escribe No pienses en mañana/ ni me hagas promesas/ ni tu serás el mismo/ ni yo estaré presente/ Vivamos juntos la cima de este amor/ sin engaños/ sin miedo/ trasparentes .

Prometemos según nuestras esperanzas y cumplimos según nuestros temores. Cada apertura de curso, cada día de año nuevo, cada comienzo de etapa nos hacemos promesas a nosotros mismos de metas y logros, de objetivos y retos que, en muchas ocasiones se vuelven quimera de frustración y depresión. La vida no consiste más que en navegar en nuestra pequeña embarcación cruzando un mar de promesas siempre cambiantes pero inagotables. ¿Cuántas cimas de fama, felicidad y dinero íbamos a conquistar en nuestra juventud? ¿Cuántas de esas propuestas recordamos?. Necesitamos de promesas para llenar nuestras alforjas de esperanzas, pero sin caer en el timo de los trileros ni en la ingenuidad de los ilusos. Y, sobre todo, necesitamos de realidades, de vivir del presente que construimos cada mañana, con quienes tenemos al lado, donde se ocupan nuestras tareas y posibilidades.

Seamos una realidad tangible, un camino andado, un tren en marcha, una vela abierta que se mece al viento de la vida, para no terminar nuestros días con un lápida que diga "aquí yace una vieja y eterna promesa".

* Abogado