Desde muy niña aprendí algo importante: el futuro es dirección, camino hacia adelante, sin que por eso tengamos que reducir el pasado a una total amnesia. También en el internado, y referente al tipo de santidad tan propugnado en aquellos años, la máxima era semejante: si no se progresa, se retrocede. Lo que es idéntico a decir que no vale el quedarse estacionado ni en santidad, ni en cultura, ni en técnicas, ni tan siquiera en cualquier chuche que nos guste. Resulta que en estos tiempos ni progresamos ni regresamos, porque, por ejemplo, criticamos el uso de nuevas tecnologías, redes sociales, móviles, etc. ¿pero quién vuelve a la pila, a fregar de rodillas, a guisar en hornillas de carbón, por citar algo? Bien conocido es el dicho, jamás se arrepiente uno de callar, y sí de hablar. Pues, hoy todo es hablar y definir términos que nos sitúan en extremos tales que imposible aproximarnos algo para darnos la mano. Por mi parte lo tengo bien claro: entre el blanco y el negro hay una gran variedad de matices, y entre progresar o quedarse parado, también los hay. Sí, se puede progresar respetando todo aquello que siga siendo útil, valioso y erradicando todo lo que ha contribuido a crear desigualdades, injusticias, pobreza..., porque, claro, sería innecesario un cambio de cocina, pongo por caso, porque se atranque el fregadero. Es decir, cambios, necesarios, progresos ordenados y estableciendo prioridades, que hay que hacerlas y que son muchas. El camino del progreso no es ni rápido ni fácil --Marie Curie--. Así, que no nos quedemos atrás, llorando lo que fue y ya no es ni será, porque la felicidad radica en izar velas y remar, avanzar paso a paso hacia aquello que nos importa como bien de la humanidad. Termino con otra frase: No puede esperar construir un mundo mejor sin mejorar a las personas.

* Maestra y escritora