A partir de este curso la Universidad de Córdoba lamentará que en sus aulas no se escuchen las explicaciones del profesor Antonio Barragán Moriana sobre Historia Contemporánea. Ha llegado el momento en que puede acogerse a la retirada de una tarea docente de treinta y nueve años en diferentes facultades: Ciencias de la Educación, Ciencias del Trabajo y Filosofía (Historia). El pasado sábado, mientras paseaba por un centro comercial, me abordó un antiguo alumno, me dijo cuánto había aprendido en el Instituto y cómo su formación en Historia se vio completada y aumentada con la solidez y el rigor del profesor Barragán en la Facultad. No sabía que éramos amigos, y sin embargo de su boca solo salieron elogios para quien había sido capaz de mostrarle las herramientas útiles para interpretar el presente a partir del conocimiento de nuestra historia más reciente. No es la primera vez que esto me ha ocurrido, y me consta que en nuestra provincia varias generaciones de maestros se han beneficiado del buen hacer de un profesor serio y responsable como pocos. En el ámbito académico también ha desempeñado diferentes cargos, desde mi punto de vista el más significativo ha sido el de la dirección del Servicio de Publicaciones de la Universidad, donde fue capaz de poner racionalidad a pesar de las dificultades que ese mundo tiene en el ámbito universitario.

Su labor docente ha ido paralela a la actividad investigadora. Su formación inicial la obtuvo en la Universidad Complutense de Madrid, donde realizaría asimismo su tesis doctoral de la mano de otra profesora intachable, Mari Carmen García-Nieto. Aquella investigación tuvo como objeto de estudio un periodo esencial como fue el de 1918-1920, y para su directora de tesis era una continuación y revisión de lo que de modo magistral había hecho Juan Díaz del Moral en 1929. Unos años antes había publicado su trabajo sobre la realidad política cordobesa en 1931, considerado pionero en el ámbito de la sociología electoral y en el estudio de una coyuntura clave en nuestra provincia. Luego vendrían otros sobre el tránsito del siglo XIX al XX; acerca de la transición democrática, con especial atención a un aspecto novedoso como la transición sindical, y el más reciente, dedicado a la actuación del Tribunal de Responsabilidades Políticas, que ha marcado un camino en Andalucía, y fuera de ella, para el análisis de ese instrumento represor del franquismo. Se puede decir que en su trayectoria ha seguido una orientación similar a la que guiaba a Manuel Tuñón de Lara cuando se refería así a nuestro trabajo: "Y aquí interviene una experiencia de este oficio de historiador; cada vez que se consigue llegar a un nivel propuesto, no se siente una total satisfacción, sino que se diría que, a imagen del viajero que llega a un otero o altozano, se descubren desde allí nuevos paisajes y horizontes y no se considera satisfecho si no se accede a ellos".

He citado a Tuñón y a Díaz del Moral, y no es casual. Ambos tienen parte de culpa en que ahora seamos amigos, uno porque nos permitió encontrarnos en Montilla en una tarde de libros en casa de nuestro maestro Manuel Ruiz Luque, el otro porque ambos lo hemos tenido como referencia, e incluso llegamos a organizar una exposición sobre su trayectoria vital e intelectual, con motivo del II Congreso de la Asociación de Historia Social en Córdoba en el año 1995. Si he hablado de un profesor honesto y de un investigador excelente, el tercer elemento que define a Antonio es su valía como persona. No es fácil encontrar individuos tan generosos y desinteresados como él, por eso me siento orgulloso de ser su amigo, y me alegro de que se libere de las tareas docentes y pueda dedicar más tiempo a sus lecturas, a sus investigaciones y, por supuesto, a sus amigos.

* Catedrático de Historia