La escritora marroquí Fatema Mernissi reflexionaba en su última publicación junto a sociólogos y psicólogos sobre la violencia de los jóvenes en zonas periféricas de ciudades como Casablanca. De hecho, fue del suburbio de Sidi Mumen de donde salieron los 12 terroristas del atentado que mató a 45 personas en Casablanca en el 2003. El cineasta Nabil Ayouch y el escritor y artista plástico Mahi Binebine, movidos por la necesidad de luchar contra la radicalización y de establecer puentes entre los barrios desfavorecidos de ciudades marroquís y el resto de la ciudadanía, crearon en el 2009 la Fundación Ali Zaoua. Convencidos de que esta conexión se puede lograr a través del arte y la cultura, la fundación impulsa iniciativas para permitir a los jóvenes en situación de exclusión social, presos de la droga y el radicalismo, expresarse por vías distintas a la violencia y descubrir espacios de diálogo como el centro cultural Les Étoiles de Sidi Moumen.

Pero este perfil marginal no es el de los jóvenes que han perpetrado los atentados de Barcelona y Cambrils, como tampoco era el de los kamikazes que el 11-S del 2001 se lanzaron contra las Torres Gemelas de Nueva York. Ni el de la mayoría de los tunecinos que han ido a luchar a Siria e Irak con el ISIS, con estudios secundarios e incluso universitarios y con trabajo. Un dilema donde no está claro si todos ellos eran religiosos o no.

El islam marroquí en su forma popular es más bien tolerante. Se acerca en sus formas rituales realizadas en las zagüías (ermitas) a las manifestaciones católicas de santos mediadores. Lugares donde se celebran reuniones anuales como nuestros ‘aplecs’ o romerías y que tienen un componente religioso-festivo. En Marruecos hay zagüías compartidas por judíos y musulmanes. Los salafistas las destruyen por considerarlas lugares paganos, ya que el creyente no debe utilizar mediadores para dirigirse únicamente a Alá.

Excepto cuando los marroquís regresan de vacaciones a sus lugares de origen, en la migración estas prácticas piadosas no pueden ejecutarse y es la mezquita el único lugar de reunión para orar, dirigidos por los imanes. Estos son asistidos monetariamente por los propios fieles de la comunidad, a los que no les sobra el dinero. Por ello aparecen de vez en cuando imanes asalariados por Arabia Saudí o los Emiratos que difunden sus creencias salafistas, especialmente entre los más jóvenes, bajo la excusa que ellos deben practicar el verdadero islam, ya que sus padres no son realmente musulmanes porque tienen unas creencias que no son acordes con el islam rigorista.

Abdelbaki Es Satty, imán de Ripoll, había estado varios años en la cárcel, donde mantuvo contacto con un miembro del comando del 11-M que produjo 191 muertos. Cuando apareció en Ripoll, los organismos policiales del Estado no alertaron de esta circunstancia al alcalde y parece que Satty, en la mezquita y en público, era discreto. Mientras, captaba a los más jóvenes radicalizándolos. Satty había estado en Vilvoorde (Bélgica) entre enero y marzo del 2016. ¿Aprendiendo métodos? ¿Recibiendo órdenes?

Los jóvenes marroquís-catalanes de Ripoll no se parecen en nada a los de Sidi Mumen. No viven en guetos, son buenos escolares, tienen trabajo, participan en centros culturales como Punt Omnia. Pero en la última década las tecnologías de la información y consumo no han parado de acrecentarse: la Playstation y sus videojuegos, las redes sociales, la captación de forma individual a través de internet. Y, por supuesto, la clásica captación dentro de amigos y conocidos. Afortunadamente, Satty murió manipulando bombas que habrían podido superar los crímenes de Atocha. Es importante averiguar, a través de los componentes de la célula que siguen vivos, el proceso de radicalización en Ripoll. Los procesos son múltiples y no podemos quedarnos con unas pocas variables sobre cómo puede desencadenarse el horror.

Desgraciadamente, parece más fácil matar que dialogar cuando algunos no quieren atender a razones. El ser humano es un animal simbólico, y los conflictos aparecen cuando se dan diferentes interpretaciones sobre los significantes.

El escritor libanés Amin Malouf escribe en Identidades asesinas: «La identidad de cada uno de nosotros está formada por numerosas filiaciones, pero en lugar de asumirlas todas tenemos la costumbre de erigir una sola -la religión, la nacionalidad, la etnia u otras ideologías- como filiación suprema que confundimos con identidad total, que proclamamos frente a los demás y en cuyo nombre, a veces, nos convertimos en asesinos».H

* Antropóloga