La difusión masiva del vídeo que se aportó como prueba en el juicio por supuesta violación contra los cinco jóvenes de La Manada demuestra que en este momento, con el uso frívolo o deliberadamente dañino de las nuevas tecnologías, la privacidad ha dejado de existir. Si la locura y el abuso que supone lanzar sin permiso al consumo general escenas de la vida privada de otras personas se vieran contrarrestadas por la actitud responsable de borrarlas, al menos podría decirse algo positivo de la humanidad. Pero la curiosidad y el morbo son tan antiguos como el mundo, y los medios actuales (que tan poco controlan la mayoría de los usuarios) hacen que el único secreto es el que cada cual guarde en su cabeza. Pero solo por el momento.