El portavoz del PNV en el Congreso de los Diputados, Aitor Esteban, reclama que no se «legisle en caliente» tras la aparición del cadáver del niño Gabriel Cruz y advierte de que la prisión permanente revisable «no evita que se cometan determinados delitos». Si el famoso oceanógrafo Jacques Cousteau hubiera solo oído el leve susurro de las palabras de este prioste de la bandería vasca, hubiera sentenciado de un brinco: suena a pagellus bogaraveo, esto es, un besugo. Y es que la besugada de Aitor es de una simpleza que no solo asusta, sino que insulta a la moral y a la inteligencia. La ley no puede erradicar el mal, ni el intrínseco ni el extrínseco, en el ser humano. Dicho de otra manera, la ley delimita el libre albedrío, pero si este produce un daño, además debe de evitar en la medida de lo posible que se repita. Y no solo eso, sino que además la ley debe de imponer unas penas que de alguna forma reparen o compensen el daño realizado. El caso del niño Gabriel y su execrable realidad ha venido, por desgracia, a poner claro sobre oscuro este asunto: la prisión permanente revisable. Los españoles, y menos Iglesias, Sánchez y Aitor no vamos a inventar la pólvora. Países como Alemania, Bélgica, Noruega, Dinamarca, Reino Unido y Holanda, entre otros, entienden que la ley no puede prever la consecución generalista del delito, pero sí que se puede valorar casos concretos de posibles reincidencias sobre todo en delitos de lesa humanidad, como son además del infanticidio, el terrorismo, la pedofilia, el homicidio con agravantes, etcétera. Pero que nadie se haga ilusiones. Estamos en la España del secesionismo friki y de Iglesias, Sánchez y Aitor. Y estos tres suman políticamente hablando y en votos una mayoría que tumbará la prisión permanente revisable. Sus argumentos electoralistas, solo puestos delante la demanda de justicia de muchos familiares y víctimas que han sufrido el daño irreparable del delito criminal, producen escalofrío moral.

* Mediador y coach