La primera piedra que el alcalde, José Antonio Nieto, puso ayer para la construcción del centro de convenciones y exposiciones de Córdoba --que supondrá la adaptación del pabellón multiusos del Parque Joyero, con una inversión de 10,9 millones de euros y un plazo de 16 meses-- viene a significar el punto final de uno de los ejemplos de mayor fuerza simbólica y de mayor coste económico del abanico de frustraciones que ha vivido Córdoba en las últimas décadas. El culebrón de este proceso, tan cambiado y tan venido a menos que ya no es el mismo ni en su concepto ni en sus objetivos, ha supuesto en estos últimos años el grado más alto de torpeza política, despilfarro económico y confrontación institucional que Córdoba ha registrado en sus últimos grandes proyectos. Esta lectura tiene su principal centro de responsabilidad en los anteriores gobiernos municipales, que bien por la falta de interés o las zancadillas de las otras administraciones han dejado para la memoria de Córdoba una maqueta grandilocuente sufragada eso sí a un precio muchísimo más grandilocuente todavía.

Con todo, si el acto de ayer supone el punto final de este lamentable proceso, también debería ser el punto de partida de un nuevo tiempo en el que la legitimidad de una quimera dé paso a la lógica de la realidad. Aunque no desaparezcan los rescoldos de la refriega política, es tiempo de mirar para adelante y esperar justamente a que también el tiempo nos dicte su balance positivo o negativo de este nuevo centro de convenciones.

PROYECTO ADAPTADO A PARAMETROS ACTUALES

La crisis, en su doble consecuencia económica y financiera, ha venido a avalar la dimensión a la baja de un proyecto y su adaptación a los parámetros de viabilidad actual. De ahí se puede entender que por el momento parece incuestionable que el acierto de lo que fue una temeridad inicial de Nieto está justamente en la colocación de esa primera piedra, que por fin al menos ya se ha puesto.

Córdoba ha perdido con el Palacio del Sur un gran proyecto, un emblema de proyección internacional para la fachada pobre del río y para la imagen tímida todavía de la propia ciudad ante los mercados internacionales, pero tal vez se esté ganando por fin uno de los recursos más imprescindibles que la ciudad y la provincia necesitan desde hace ya décadas para resolver de una vez una de sus cojeras más importantes de cara al futuro: potenciar hasta el límite de sus propias posibilidades toda su capacidad de convocatoria para ser el centro de convenciones y congresos que suponga un impulso económico y de proyección de la ciudad en el sector turístico y cultural. Confiemos en que los precedentes se hayan superado y deseemos que el fin de la obra no aporte otras sorpresas y se cumpla el tiempo fijado para su ejecución.