La ola participativa es el signo imparable de los tiempos, y algunos de los viejos partidos acostumbrados a la cultura representativa, se suben, de forma precipitada e incluso oportunista, a esa ola de la participación directa de la militancia. Como una especie de huida hacia adelante, buscan en las primarias ese bálsamo de Fierabrás que les haga salir de la crisis en que están sumidos en un escenario tan complejo como el actual marcado por la globalización económico-financiera y por el avance de la robótica en los procesos de producción.

Sin embargo, hay serias dudas sobre la utilidad de introducir primarias en partidos de cultura representativa sin llevar a cabo previamente reformas que adapten su modelo de funcionamiento a la cultura participativa. En casos así, las primarias dividen más que unen, creando dentro de los partidos políticos disrupciones internas de difícil solución.

Eso es lo que le está ocurriendo al PSOE, un partido roto tras la crisis del 1 de octubre del año pasado durante el Comité Federal (las “idus de octubre” como las llama Borrell en su último libro). Sin haber aprendido la lección del conflicto que se originó hace ya veinte años con la disputa Almunia-Borrell, afronta de nuevo unas elecciones primarias sin modificar suficientemente los estatutos para resolver el problema de la doble legitimidad que comporta elegir por primarias al secretario general del partido y designar por el Comité Federal al candidato a las elecciones.

Tres candidatos muy diferentes compiten. Dos de ellos (Pedro Sánchez y Susana Díaz) enfrentados política y personalmente y decididos no sólo a no pasar página de aquellos aciagos acontecimientos, sino a utilizarlos como fuente de legitimidad de sus respectivas posiciones, tal como se ha puesto de manifiesto en el debate del lunes 15 de mayo en la sede de Ferraz. El tercer candidato (Patxi López) se presenta, por el contrario, con un mensaje de conciliación remarcando la necesidad de superar las tensiones de aquel bochornoso día y de establecer puentes que puedan coser un partido tan dividido como el PSOE de hoy.

Lamentablemente, la dinámica de polarización que suele acompañar a las primarias en todo partido que las aplica, deja poco espacio a candidatos, como Patxi López, que abogan por el diálogo y el debate racional, imponiéndose una lógica de enfrentamiento entre facciones que produce desgarros difícil de coser después.

La opción de Patxi López es, en opinión de muchos analistas, la única con capacidad para curar las heridas abiertas en el PSOE, ya que fue leal con el secretario general cuando estuvo en la Ejecutiva de Pedro Sánchez, y fue también leal con la Comisión Gestora cumpliendo la decisión de abstenerse en la investidura de Rajoy. Además de haber tenido una trayectoria impecable como lendakari, es el único de los tres candidatos que es diputado, lo que tiene gran importancia en un sistema parlamentario como el nuestro.

Sin embargo, en la lógica de facciones que impera hoy en el PSOE, la opción serena de Patxi López pierde enteros conforme se aproxima el día 21, fecha de las votaciones, y eso a pesar de que en su intervención en el debate del pasado lunes emergió por encima de la confrontación personal de Pedro Sánchez y Susana Díaz, presentándose como el candidato capaz de apaciguar al partido socialista. No obstante, aunque, en un gesto de coherencia, Patxi López ha dicho que no se retira, la posición de los que ahora le apoyan y le han avalado puede ser decisiva si éstos deciden finalmente darle utilidad a su voto decantándose por uno de los otros dos candidatos.

Así que lo más probable, y salvo sorpresas de última hora, es que todo se resolverá en un cuerpo a cuerpo entre Pedro Sánchez y Susana Díaz, cada uno de ellos erigiéndose, respectivamente, en adalid de la militancia o en depositaria del legado socialista, con las “idus de octubre” como base de sus respectivos relatos.

Pedro Sánchez, el defensor de la militancia

Paradójicamente, Pedro Sánchez, que representa el pasado inmediato del PSOE por haber sido secretario general durante tres años, se presenta como el candidato del futuro. Apelando a los sentimientos de una militancia indignada con el “aparato” por los hechos del pasado octubre, propone un modelo de partido más participativo en el que los afiliados tengan voz en las grandes decisiones estratégicas, algo que tendrá que cuadrar con la cultura representativa y no asamblearia del PSOE.

El mensaje que difunden sus rivales de que Pedro Sánchez llevó al partido a los niveles electorales más bajos, no es creíble, y además es malintencionado. Los que así opinan no tienen en cuenta que la gestión de Pedro Sánchez al frente del PSOE tuvo lugar en una etapa muy difícil, habiendo heredado de Rubalcaba un partido roto y en horas bajas, y teniendo que competir con nuevos partidos (Podemos y Cs). No quieren reconocer que la debacle socialista se produjo con el propio Rubalcaba como candidato en las elecciones de 2011.

No siempre un dirigente político tiene que dimitir tras una derrota electoral, ya que depende de las circunstancias en que se produce dicha derrota (si el partido ganador obtiene mayoría absoluta no es lo mismo que si no la consigue y hay opción a construir una mayoría alternativa) y depende también del grado de apoyo que sigue suscitando en la militancia (Felipe González perdió las elecciones de 1977 y 1979 y no por eso dimitió).

Sin embargo, no comparto el discurso victimista con el que, los partidarios de Pedro Sánchez, quieren presentarlo como el mártir de una operación de acoso y derribo contra él por parte de sectores del PSOE vinculados a los poderes fácticos (IBEX 35, grupo Prisa,…) Es una tesis conspirativa que tiene mucho de paranoia. La política es lucha por el poder, y Pedro Sánchez, quedándose en minoría en la Comisión Ejecutiva, perdió el pulso que echó al Comité Federal en la citada tarde del 1 de octubre. Nadie lo echó ni lo descabalgó de la secretaría general como quieren difundir sus partidarios, sino que se arriesgó en la lucha por el poder, perdió y dimitió. Eso fue todo. Podría haber terminado su carrera política esa noche, pero, al igual que otros dirigentes dimitidos (como Felipe González en 1979 o ahora Matteo Renzi), lo vuelve a intentar con serias posibilidades de lograrlo. Está en su derecho.

Utilizando de manera vaga la referencia a la “izquierda” como seña de identidad de los socialistas, y apelando a una estrategia frentista para descabalgar al PP (algo contradictorio con la vocación de gobierno de un partido como el PSOE proclive siempre a la colaboración con el principal partido de la oposición en asuntos de Estado), Pedro Sánchez dirige su mensaje al corazón de la militancia. Sus discursos en los mítines de campaña van cargados de emotividad porque sabe que muchos militantes votarán con el corazón más que con la cabeza.

Poco interés ha tenido en debatir su programa político en caso de salir elegido, manteniéndose en una ambigüedad que puede volverse contra él. De hecho ha cambiado dos veces el contenido del programa, la última marcando distancias con Podemos para evitar que se le tache de “podemizar” al PSOE, e intentando aclarar, a duras penas, su posición inicial respecto al encaje constitucional del tema catalán y su definición de España como “nación de naciones”.

Es un enredo programático innecesario en el que se ha metido Pedro Sánchez, por cuanto que el programa del PSOE es algo que tendrá que aprobarse en el próximo congreso y la estrategia de alianzas le corresponde al Comité Federal. Ha sido, por tanto, un exceso de transparencia que puede costarle caro.

Susana Díaz, la depositaria del legado socialista

Por su parte, Susana Díaz se presenta como la candidata que recoge el legado de la historia socialista, habiendo sido arropada por los dirigentes que han llevado las riendas del PSOE en los últimos 35 años (Felipe, Guerra, Zapatero, Rubalcaba, Borbolla,…) y por la mayoría de los actuales barones regionales. En ese sentido puede calificársele como la candidata oficialista, siendo ella misma la que dirige la federación andaluza (la más importante del PSOE) y quien preside la Junta de Andalucía. Ejerce, por tanto, de primus inter pares entre los barones que la apoyan.

Sin embargo, paradójicamente, esa demostración de fuerza y su perfil “oficialista”, puede ser también su debilidad, ya que, a pesar de su juventud, Susana Díaz es identificada por muchos jóvenes militantes socialistas como una dirigente de la vieja escuela, como la candidata de un “aparato” cuestionado por un amplio sector de la base social del PSOE, contribuyendo a ello el modo como se ha comportado la Comisión Gestora en los últimos meses.

En contraste con la imagen serena de su presidente, el asturiano Javier Fernández, el modo como se ha movido la Comisión Gestora no es percibido por la militancia como imparcial. Extralimitándose en sus funciones (que, según los estatutos del partido, deben ser provisionales y centradas exclusivamente en la preparación de un congreso extraordinario que se ha retrasado en exceso) y eligiendo un portavoz (Mario Jiménez) del grupo pretoriano de Susana Díaz, la militancia percibe que la Comisión Gestora no ha dado la imagen de neutralidad que hubiera sido deseable, sino todo lo contrario, despertando en los afiliados la suspicacia de que ha actuado en favor de la candidata andaluza. Ello ha redundado aún más en la consideración de Susana Díaz como la candidata oficialista, alejándola de una militancia sensible a todo lo que “huela” a manejos del aparato del partido.

El discurso de Susana Díaz apela a su vocación de victoria (algo obvio y común a los demás candidatos) y a su experiencia ganadora, sin reconocer que obtuvo en Andalucía en 2015 más de cien mil votos menos que Griñán en 2012. También apela a sus orígenes obreros (algo que está cada vez menos en sintonía con una sociedad interclasista como la española), a la defensa de la unidad de España (con la ambigüedad suficiente para no entrar en los arenas movedizas del federalismo) y a su voluntad de hacer del PSOE un partido “reconocible” respecto a otros partidos (con la mirada puesta en la sombra de Podemos).

Este mensaje podría funcionar si se dirigiera al que ha sido en los últimos años el tradicional electorado socialista (bases rurales, mayores, de formación media/baja,…). Pero resulta que quien votará en las primarias no será ese cuerpo electoral, sino una militancia que se ha politizado a marchas forzadas en este último año de convulsiones y que desea una refundación del partido para que conecte con las aspiraciones y con la cultura de las nuevas generaciones. Esto explica que muchos afiliados no vean ni en la estética política de Susana Díaz y su grupo, ni en el contenido de su mensaje, lo más adecuado para sintonizar con una militancia cada vez más formada y exigente.

Su fulgurante carrera política (designada sucesora por Griñán en el socialismo andaluz, pero soslayando de mala manera las primarias que no tuvieron lugar), y su balance como presidenta de la Junta de Andalucía, tras un pacto de gobierno, primero con IU y luego con Cs, no es para vanagloriarse.

La comunidad andaluza sigue sin resolver sus grandes problemas históricos (el alto nivel de paro, la baja renta per capita, el escaso tejido industrial,…) y, tras la apariencia de unidad, subyace en el PSOE-A una profunda desafección y un distanciamiento del electorado socialista (sólo hay que acudir a la serie histórica de las encuestas de diversos centros demoscópicos andaluces).

Su aún corto bagaje político, explica, por tanto, que no haya en amplios sectores de la militancia la sensación de que Susana Díaz será mejor secretaria general que Pedro Sánchez, ni de que, llegado el caso, será la mejor candidata para ganar las próximas elecciones.

Después del 21-M

Y después del 21-M ¿qué? No comparto los mensajes apocalípticos que están acompañando a las primarias socialistas y que alertan del riesgo de destrucción del PSOE.

Puede que sea verdad, como se dice, que, si gana Susana Díaz, muchos de los partidarios de Pedro Sánchez (en su gran mayoría militantes de base sin cargos orgánicos ni institucionales) se darán de baja en el partido y emigrarán a otros lares políticos. También que si gana Pedro Sánchez será más difícil que se produzca la salida del grupo derrotado, dada la condición de muchos de los miembros del grupo de Susana Díaz de ser cargos de responsabilidad en el partido o en las instituciones autonómicas, lo que les hará quedarse en una especie de “cohabitación” con el grupo vencedor.

Sin embargo, lejos de esos mensajes, tanto Patxi López, como los dos candidatos con más opciones de victoria (Susana Díaz y Pedro Sánchez) son políticos que han hecho su carrera en la estructura del partido, por lo que su lealtad institucional no debe ponerse en duda.

Dado que, a la vista de lo ocurrido con los avales, se prevé unos resultados muy ajustados, el único peligro de destrucción del partido vendrá si después de las primarias no se produce la integración, sino la exclusión, del grupo derrotado. Y ahí el sector de Patxi López podría desempeñar un papel importante actuando como el pegamento necesario para integrar al grupo de Pedro Sánchez y al de Susana Díaz, sea cual fuere el derrotado tras las primarias.

Porque si el PSOE quiere recuperar el espacio perdido y ser de nuevo alternativa de gobierno, va a necesitar reinventarse, recogiendo, sin duda, el legado histórico del partido, pero introduciendo también una nueva cultura política que sintonice con las generaciones jóvenes. El PSOE que salga de las primarias ha de dar respuesta a los retos de la educación en la era cibernética y presentar propuestas viables y creíbles sobre cómo mantener el sistema de bienestar sin desequilibrar las cuentas públicas, sobre cómo responder al desafío de la economía digital y sobre cómo ofrecer algún tipo de garantía social a ese sector de la población que inevitablemente quedará en el lado de los perdedores de la globalización económica (ver el artículo de Ignacio Urquizu Lo que decidimos los socialistas, publicado en el diario El País, el pasado 11 de mayo).

Y todo ello con una estrategia de partido con vocación de gobierno, es decir, un partido dispuesto a alcanzar acuerdos con todos los partidos del arco parlamentario, y no sólo con los de un sector del hemiciclo. Da la impresión de que ninguno de los candidatos puede por sí solo responder a esos retos, por lo que se hace más necesaria si cabe la integración entre sus respectivos grupos tras el domingo 21 de mayo.

Una victoria excluyente de Pedro Sánchez sin integrar a los demás grupos, situaría al PSOE en un espacio de izquierda cercano a Podemos, que podrá ser del gusto de los militantes que lo han votado, pero que le hará perder la simpatía del electorado centrista tan necesario para ganar las próximas elecciones. Por su parte, una victoria igualmente excluyente de Susana Díaz posicionaría al partido en un espacio percibido como más a la derecha, y dejaría a su izquierda un amplio espacio libre para que lo ocupe Podemos.

De ahí que sea necesaria la integración tras el 21-M. La oportunidad para ello será con ocasión del congreso extraordinario, donde dentro de un mes se dirimirá el futuro del PSOE. Porque, en contra de los que afirman que las elecciones se ganan en el centro, soy de los que piensan que se ganan ocupando previamente un espacio propio (a derecha, caso del PP, o a la izquierda, caso del PSOE), para luego, desde esa posición clara y reconocible, atraerse al electorado de centro con propuestas creíbles de cambio y reforma.

Pero para ello, el PSOE necesita de las distintas “almas” que coexisten dentro de él, ésas que hoy se reflejan en los tres candidatos, y que siempre le han acompañado en la historia centenaria del partido.

* Profesor de Investigación. Catedrático de Sociología del IESA-CSIC

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