Ya quisiera uno tener la sapiencia de Juan Luis Arsuaga y verificar que una de las encrucijadas de la evolución humana fue elegir entre dentadura y cerebro. Sin embargo, no hace falta ser un antropólogo para exaltar que la aventura del hombre es un magnífico engranaje que combina lo individual con lo colectivo. Prueba de lo segundo es el venerado axioma del Estado de derecho: nadie puede estar por encima de la ley. O la flamante conclusión del Mundial de Putin, donde ha triunfado más que nunca lo grupal frente a la inspiración del genio. Para masacrar al individualismo, ahí estaba el espejo cóncavo del Maradona espectador, el reverso tenebroso de aquel pibe que, con o sin la mano de Dios, se encaramó el Mundial del 86 sobre sus hombros.

Mas no somos hormigas; no tenemos sus niveles gremiales de feronomas -algo más detectables en los países asiáticos-. Y para combatir las feronomas del bien común, no hay mejor contraceptivo que la egolatría o el narcisismo, antígeno que la psique de Cristiano Ronaldo produce en cantidades industriales. Ponerse en la mente de CR7 -supongo que el acrónimo se lo lleva puesto a Turín- viene a ser como el viejo cuento de los asnos del castillo, que al tener muy acotado su espectro de exquisiteces, solo podrían contemplar qué buenísima alfalfa debían comer los amos. El rencor, no obstante, sería una buena conjetura, la insaciable voracidad de sentirse querido, acunarse en un Rosebud esférico, un Ciudadano Kane que deberá sortear los ansiolíticos cuando la estela de goles sea un recuerdo.

Lo individual y lo colectivo, como en la política. Rajoy ha querido abolir los delfinatos, un regalo envenenado para un partido acostumbrado a las aclamaciones gospelianas. En el fondo, las primarias son una manera de que supuren las reyertas internas, pues las hemorragias interiores, a falta de una buena cánula, corren peligro de gangrenarse. Este proceso electoral viene a ser la colonia Chispas del Partido Popular, un acto de fe donde vuelve a demostrarse que los realineamientos ideológicos se postergan ante las propias ambiciones personales.

Pablo Casado estaba llamado a clonar a Rivera, una impronta liberal para achicarle espacios a esa molesta china del bipartidismo. En esas estábamos, cuando la calculadora tacticista llamaba a hacerse malote, un halcón con aspecto de tardío primocomulgante, dispuesto a volver a las esencias matando al padre. Los caballeros pueden preferirlas rubias, pero los peperos no los quieren (o las quieren) pusilánimes. Vídeos aparte, la mayor embestida de Casado contra su contrincante ha sido advertir que los electores castigan la soberbia; lo que, de alguna manera lejana, viene a atribuirle a Soraya la genialidad de Ronaldo.

Lo colectivo tamizado por las filias y las fobias, el cerco que se quiere completar frente a Soraya, porque los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Una coalición para quebrar el pecado original conservador, que hasta ahora siempre apostaba por encumbrar a la lista más votada. Vistas las cosas, a la exvicepresidenta no le quedan otras alternativas que reencarnarse de la auctoritas de la emperatriz Victoria, con la que guarda cierta solemnidad y complexión física; o teñirse de rubio y apostar por la vía Khaleesi para expedientar con sangre y fuego a los que le dieron la espalda. Lo malo para sus propios intereses es que por ella se ha decantado Rodríguez Zapatero, mal apadrinamiento de los que quieren comerse a Vox. Las hormigas no son primarias. Pero no sé si alguna vez conoceremos las primarias de las hormigas.

* Abogado