¿Tiene usted bidé y lo usa? Es usted un antiguo. Los jóvenes ya no lo creen útil. Si tienen, lo usan para almacenar revistas o calcetines sucios, lavar ropa interior o sumergir los pies en un baño caliente (incómodo a menos que tengas unos pies diminutos). Es lógico que los fabricantes estén preocupados. Por lo visto, el único lugar donde todavía se compran bidés es Argentina. En el resto del mundo, las ventas han caído más del 60%.

Conocí el primer bidé de mi vida hace más de 40 años. Me parecía un trasto de lo más sofisticado: accionabas una palanca y un chorro surgía en mitad de la taza. Lo llaman «ducha invertida». Ese chorro vertical se tenía por un medio de contracepción eficaz en el siglo XVIII y hasta bien entrado el XIX. Las mujeres en edad fértil exigían tener siempre a mano un bidé con chorrito. Aunque para otros, claro, todo aquello no era más que un ataque a la moral.

En un hotel de París se destruyeron centenares de bidés por culpa de esa controversia. La dirección del establecimiento no quiso arriesgarse a ir contra las buenas costumbres.

Lo cierto es que el bidé nació como un trasto inútil para la mitad de la humanidad. La mitad masculina, claro, que siempre ha encontrado en él mal acomodo, a menos que tenga almorranas y precise lo que antes se llamaban «baños de asiento». Lo lógico, en fin, sería que desapareciera de una vez. Pero no es tan fácil.

Se anuncia un renacimiento. Hay diseñadores famosos pensando en ello. La tendencia es unificar váter y bidé, como ya hicieron hace mucho tiempo los japoneses. Ahora existen inodoros con asientos mullidos y calefactados, chorros de agua fría y caliente y secador (todo orientable para que vaya directo a donde debe), música, ruidos estridentes por si hay que tapar ruidos propios y todo ello controlable digitalmente desde un mando en el asiento.

En fin, lo de siempre. Nos pirran las novedades tanto como aferrarnos a lo de toda la vida. El bidé fue, es y será una muestra de lo inútiles que pueden ser ambas cosas.

* Escritora