Hace diez años, con el argumento de que Jesucristo no distinguió entre hombres y mujeres al pedir que nos amásemos los unos a los otros, el Movimiento Internacional ‘Somos Iglesia’ salió al paso del decreto de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre la ordenación de mujeres como presbíteros: todo un movimiento de reforma que pide a la Santa Sede que derogue el Canon 1024 del Código de Derecho Canónico por el que se impide a las mujeres el acceso a las órdenes sagradas. Nueve de cada diez especialistas apoyaron tales ordenaciones, pese a la posición en contra que siempre ha mantenido y aún sostiene la institución romana. La más reciente declaración del responsable del antiguo Santo Oficio apunta a ello. El neocardenal Ladaria, en un artículo publicado a fines del pasado mes de mayo en L’Osservatore Romano, cierra la puerta al sacerdocio femenino con el argumento de que «La Iglesia se reconoció siempre vinculada a la decisión de Cristo de conferir este sacramento a los hombres». El jesuita español se muestra preocupado al ver que en muchos lugares aún se pone en duda la base de la doctrina, que trata de una verdad perteneciente al patrimonio de la fe. Manifiesta en su escrito que «Cristo quiso conferir este sacramento a los doce apóstoles, todos hombres que, a su vez, se lo comunicaron a otros hombres. La Iglesia se reconoció vinculada a esta decisión del Señor, la cual excluye que el sacerdocio ministerial pueda ser válidamente conferido a las mujeres».

Quisiera reflexionar brevemente sobre la escasa solidez de este planteamiento, ya que a mi parecer no existen obstáculos, ni bíblicos ni teológicos, para que dichas órdenes sacerdotales a mujeres puedan llevarse a cabo. Será bueno refrescar la memoria a la Santa Sede recordando que, en la primitiva Iglesia de creyentes, siempre hubo mujeres que fueron consideradas apóstoles, así como obispos y presbíteros femeninos; recuerden, si no, a Teodora, Laeta o algunas más. Por eso no acabo de comprender cómo, si muchos jerarcas afirman que las mujeres son imprescindibles para la misión de la Iglesia, pretendan discriminarlas por más tiempo, impidiéndoles el acceso al sacerdocio, precisamente cuando la vocación masculina escasea para dicho ministerio. El argumento histórico de la existencia de sacerdotisas en la Iglesia primitiva no debería ser, sin embargo, la única razón para el cambio; existe otra, más de fondo, que cobra todo su sentido a la luz de la posición liberadora del Evangelio, el cual debe adaptarse a los tiempos que corren, tal y como ha sucecido en otras Iglesias cristianas. Igualdad, pues, de derechos y deberes en la Iglesia, y rechazo hacia aquellas otras ideas que, tanto Joseph Ratzinger como su antecesor en la sede de Pedro, propusieron como uno de los objetivos más relevantes de sus respectivos pontificados: la subordinación de las mujeres a los hombres.

Todos sabemos que la organización del clero es una realidad humana. En su génesis se trató de una amalgama de elementos religioso-culturales que, de forma a veces contradictoria, entraron en fusión con otros más novedosos procedentes del ideal jesuánico, los cuales apuntaban contra la propia ley, el sacerdocio y los sacrificios. Lo sorprendente en la figura de Jesús fue que superase la religión en la que él mismo había nacido. Sus discípulos, por el contrario, no llegaron a percibirlo así y, por ello, vivieron en una continua contradicción entre aceptar el sacerdocio judío o bien habilitar otro curato más innovador y de nuevo cuño. De ahí que no organizaran cuadros directivos en las comunidades cristianas hasta pasados 60 o 70 años de la muerte del Maestro. Todos ellos (en los que no eran excluidas las mujeres) sin unos contornos bien definidos, y que no llegaron a constituirse en autoridad sagrada o jerárquica hasta bien entrada la tercera centuria.

En la actualidad son muchas las mujeres que reclaman una reforma. Algunas se agrupan en ‘Iniciativa para el sacerdocio’, entre cuyos miembros se encuentran varias que han sido ya ordenadas como obispos y presbíteros femeninos, tanto en América como en el Viejo Continente. Ya es hora de que se apruebe el hecho diferencial, en lugar de condenarlo, adaptando así el signo de los tiempos. Cada vez habrá más mujeres que pierdan el miedo a la sanción canónica de excomunión. Pienso que la configuración de las estructuras de la Iglesia son históricas y mutables, y que han de estar sujetas únicamente a la recta razón. Todo puede pasar por el crisol, desde la estructura del sistema hasta los sacramentos, la interpretación de los dogmas o la propia obediencia a las leyes eclesiásticas que son fruto de la responsabilidad humana, ya que nada de ello fue dictado por Dios. Todo es sujeto de reforma y ésta que comentamos podría ser hoy una de ellas, sobre todo ahora que se vive un invierno demográfico en lo concerniente a vocaciones sacerdotales masculinas.

* Catedrático