A estas alturas del año, cuando diciembre nos alcanza, si de verdad quieres ser algo o alguien y figurar en el entorno, o das un premio o te lo dan. Cuando en nuestro país las cosas van tan chungas, los sueldos tiritando y las listas de espera aumentan más rápido que las del paro, parece mentira que se repartan tantos premios y se den tantos reconocimientos por algo supuestamente excepcional. No hay día en este mes que antes del almuerzo no caiga un buen chorreo de premios, que luego por la noche se entregan, y al día siguiente aparecen en álbum fotográfico del periódico, como en los ecos de sociedad de antaño. Esta manía de darse premios era cosa común en el mundo del espectáculo y del deporte para hacerse visibles y no caer en el olvido, pero resulta que por esa pasarela de galardones y galardonados desfilaron luego los medios de comunicación, los ayuntamientos y las consejerías, la universidad, el sector empresarial, los bancos, la hostelería, los hospitales, por supuesto hermanos cofrades y carnavaleros, y ya verán cómo llegaremos a los premios de las comunidades de vecinos. Cualquier nuevo ministro, alcalde o empresario de éxito quiere dejar su impronta en un premio y revestirse de gloria en el acto de la entrega, aunque algunas honrosas excepciones declinen la medalla y la bolsa. Son las menos. En cualquier caso, si a usted no le dan ningún premio este año, no sufra. Consuélese pensando que siempre será mejor que sus familiares y deudos se pregunten cómo es que no se lo dieron, a que pudieran preguntarse por los méritos que tuvo para conseguirlo.

* Periodista