Estoy en la Universidad por una profunda vocación de servicio público. Entiendo la institución como la forma más elevada que existe de darse a los demás, al tiempo que seguir uno construyéndose día a día. Docencia, investigación y gestión son los tres fundamentos sobre los que gravita nuestra profesión, pero esta no tendría sentido sin la sociedad que nos sustenta y es receptora última de lo que hacemos, en sentido amplio. Por eso, a los tres principios definidores antes citados es preciso sumar la transferencia de conocimiento, hoy asumida por todos, pero hasta hace poco objeto de interés para solo unos pocos, que trabajamos durante años de forma aislada y en muchos casos desestructurada, casi intuitiva, hasta desembocar en nuestro caso de forma pionera, a principios de 2011, en el proyecto de cultura científica Arqueología somos todos. Fieles al modelo de Universidad que defendemos, lo hicimos con profesionalidad, carácter innovador, entusiasmo y firme sentido del compromiso, pero a sabiendas de que sería muy complicado vencer las inercias de siglos en nuestra ciudad, de que es batalla perdida lograr el consenso general, de que los intereses creados podrán siempre más que los proyectos de futuro, la desidia que la cultura, la indolencia que el sentido de responsabilidad colectiva sobre un legado patrimonial que, nos guste o no, tenemos la obligación de conservar, investigar, proteger, incrementar y transmitir a nuestros descendientes. Lo dice en su preámbulo la Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985: en un Estado democrático, las obras herencia de la capacidad secular de su gente «deben estar adecuadamente puestas al servicio de la colectividad, en el convencimiento de que con su disfrute se facilita el acceso a la cultura, y de que ésta, en definitiva, es camino seguro hacia la libertad de los pueblos»; y lo confirma la Ley de Patrimonio Histórico Andaluz de 26 de noviembre de 2007, cuando en su artículo 1 especifica con rotundidad y sin medias tintas que su objetivo principal con relación al Patrimonio Histórico de Andalucía es «garantizar su tutela, protección, conservación, salvaguarda y difusión, promover su enriquecimiento y uso como bien social y factor de desarrollo sostenible y asegurar su transmisión a las generaciones futuras».

Después de siete años el balance es descorazonador en muchos aspectos, pero extraordinariamente positivo en otros, y es con esto último con lo que ahora quiero quedarme. Más allá de la proyección nacional e internacional del proyecto, la sociedad cordobesa de a pie se vuelca de forma cada vez más decidida con nuestras actividades, en un respaldo modélico y sin precedentes que nos enorgullece y representa un estímulo de primer orden para seguir adelante; y la propia Universidad de Córdoba acaba de reconocer nuestra labor con la concesión del I Premio Galileo a la Transferencia del Conocimiento en Humanidades y Ciencias Sociales y Jurídicas, un inmenso honor que comparto sin matices con los miembros de mi Grupo de Investigación, porque sin ellos nunca habría sido posible. Es de destacar que la UCO esté desarrollando una labor tan importante en este sentido, porque en una contradictio in terminis llamativa la investigación derivada de estos temas --especialmente en las áreas de Letras-- sigue siendo tildada por una parte de la comunidad universitaria nacional de «poco científica», menospreciada por los evaluadores y negada por las agencias, los ránkings de calidad y los organismos de evaluación universitaria, con lo que ello supone de menoscabo para quienes la practican. Es, pues, la mejor de las vías para reivindicar que la investigación derivada de la transferencia del conocimiento sea equiparada con la investigación científica sensu stricto cuando se haga, sin concesiones, desde el rigor, la seriedad y la solvencia. Cerraremos con ello el ciclo natural de un trabajo que debe tener carácter integral. De ahí la enorme trascendencia de este premio: reconoce la marcada transversalidad de la arqueología, su honda implicación con la denominada Sociedad del Conocimiento -que utiliza éste para entender su presente y construir su futuro; recurso legítimo, privilegiado, estratégico y capaz de singularizarla por sí mismo-; su gran potencial de comunicación. En palabras del gran A. Carandini, el objetivo de todo arqueólogo que quiera transmitir ha de ser hacer fácil lo difícil, claro lo complejo, completo lo parcial, pues solo un relato narrativamente persuasivo logrará una reconstrucción histórica satisfactoria. Es el principio que nos guía, y que poco a poco parece ir calando entre la sociedad cordobesa, incluida su propia Universidad. Gracias, pues, a todos y cada uno. El camino será cada vez más fácil si lo hacemos a una.

* Catedrático de Arqueología de la universidad de Córdoba