En la antigua Grecia los cargos políticos eran repartidos por sorteo. Más o menos como ahora sucede con la posibilidad de ser miembro de un jurado. La idea es radicalmente democrática porque se supone, en un sistema donde el poder reside en el pueblo, que la mayor parte de las personas tienen los criterios básicos de justicia y los conocimientos mínimos necesarios para llevar a cabo una función legislativa y ejecutiva. Podría parecer un poco peligroso que cualquiera pueda llegar a ser diputado y presidente del Gobierno, pero a los españoles en general y a los andaluces en particular tampoco nos debería escandalizar tanto la propuesta. Si Aznar y Zapatero, Susana Díaz o Antonio Sanz han llegado donde han llegado entonces, efectivamente, peor no íbamos a estar sorteando los cargos en lugar de someternos a esta orgía de demagogia y mentiras, de vulgaridad estética y miseria intelectual que son la campañas electorales. Por no hablar del dineral que nos ahorraríamos. Pero dado que preferimos seguir bajo la ilusión de que nuestro voto es mínimamente decisivo para articular una política en un sentido u otro (desde aquí saludo a Angela Merkel, la jefa de todo esto) permítanme que analice sucintamente qué ha sucedido el 22 de marzo de 2015, en el sur de Europa. Al mal tiempo política, buena cara humorística.

Si 0 marca la extrema derecha y 10 la extrema izquierda, los andaluces se sitúan en un socialdemócrata 6,5. Favorables al paternalismo y al intervencionismo estatal, más amigos de la igualdad que de la libertad, todos los partidos políticos, de derecha a izquierda muestran una querencia al control de la ciudadanía ya sea en lo social, en lo económico o en ambas. De resultas de lo cual, Andalucía es un país cómodo y satisfecho de sí mismo, donde el confort de la "aurea mediocritas" se impone a la tensión de la creación. Donde el placer va por delante del deber. Donde la búsqueda de la felicidad se considera algo más importante que la consecución de la excelencia.

En este contexto, caldo de cultivo en la derecha de una democracia cristiana habituada a ser una perdedora electoral, y de un socialismo rebajado con el agua del aburguesamiento clientelista, la irrupción de Ciudadanos y Podemos ha constituido un revulsivo ideológico en el que, siempre dentro de un marco de izquierdas, se han planteado dos modelos contrapuestos. Por una parte, el partido del catalán Albert Rivera (¿sigue siendo Antonio Sanz delegado del Gobierno o por una vez el PP del también catalán Juan Manuel Moreno Bonilla ha actuado con algo de dignidad e inteligencia?) ha planteado el mejor modelo posible basado en impuestos altos para conseguir una alta cohesión social, pero desde la profesionalidad y el rigor encarnados en Luis Garicano y Manuel Conthe. En la acera de enfrente, los profesores de la Complutense que forman la Santísima Trinidad neo marxista-leninista --Iglesias, Errejón y Monedero-- plantean una vuelta de tuerca populista y pobrista, en la que el reparto de la riqueza basado en la solidaridad impuesta por decreto para conseguir una igualdad a cualquier precio, se considera el fundamento de cualquier política socialista.

En Andalucía, por tanto, la opción era una izquierda a la danesa, simbolizada por Ciudadanos, o una izquierda a la venezolana, encarnada en Podemos. Mientras, el PSOE y el PP contemplaban horrorizados cómo su entramado de intereses creados y corrupciones institucionalizadas estaba a punto de irse al traste. Pero el pueblo ha hablado. Y la alternativas que se plantean son dirigirnos a Guatemala o Guatapeor. O sea, o una alianza de partidos tocados por la corrupción pero también por el sentido común y la herencia de la Transición del 78 (PPSOE); o bien una deriva hacia ese Guatapeor que lideró en su momento Hugo Chávez y cuyo principal representante en España se llama Pablo Iglesias.

* Profesor