Ya es clásica esta postal, queridos lectores, a los monjes del Monasterio de Silos, tras pasar unos días en su Hospedería, compartiendo el canto de las horas, los paseos por los claustros, las charlas intensas, intimistas, confidenciales con algunos monjes, en largos paseos por su huerta, a la par que la convivencia con los demás compañeros. San Benito quiso crear un espacio de acogida y de estancia para todos aquellos que quisieran vivir la experiencia contemplativa, saboreando la soledad, el silencio, la oración y los cantos gregorianos de los monjes, y para ello instituyó las hopederías. La de Silos, que atiende y organiza el padre Roberto, está adosada al monasterio como una más de sus naves y guarda en sus celdas y pasillos el aroma monacal. Los huéspedes podemos compartir horarios, rezos y la misma comida, recorriendo los claustros, paseando plácidamente por la huerta del monasterio, escenario ideal para compartir charla y encuentro con algunos monjes. A todos ellos, desde el abad, padre Lorenzo Maté; el prior de la comunidad, padre Moisés Salgado; el poeta y escritor padre Bernardo García Pintado, o fray Domingo, que tan fraternalmente nos atiende siempre, va dirigida esta postal de gratitud y de recuerdo. De gratitud, por los momentos tan hermosos vividos estos días, que se inician a las seis de la mañana con el oficio de horas, en la iglesia del monasterio, y finalizan con el rezo de completas y la aspersión con agua bendita por el abad, primero a la comunidad y después a las personas asistentes, al filo de las diez de la noche. De recuerdo, por los mensajes recibidos, por tantas pequeñas lecciones como nos brinda cada espacio: el claustro principal del siglo XIII, con el famoso ciprés, --25 metros de altura, 133 años de existencia-- ensalzado y sublimado por el soneto de Gerardo Diego: "Enhiesto surtidor de sombra y sueño / que acongojas el cielo con tu lanza / chorro que a las estrellas casi alcanza / devanado a sí mismo en loco empeño"; la puerta del Sagrario de la iglesia, en la que aparece tallado, en luminosa policromía, Jesucristo resucitado, subido en una barca, levantando la cruz con su mano como signo de salvación; el Niño Jesús, vestido con el hábito de monje benedictino, en una hornacina de la sacristía; el epitafio del que fuera abad de Silos, Pedro Alonso, sobre su tumba: "Cantaré eternamente las misericordias del Señor". Gratitud y recuerdo a la presencia de unos monjes que viven con fidelidad y encanto la regla de san Benito: "Ora et labora"; reza y trabaja, compaginando así las tareas terrenales con los horizontes celestiales. El encuentro con el padre Bernardo deja siempre un descubrimiento para la vida, esta vez, su hermosa definición de lo que es y significa el silencio: "El silencio de los monjes no es la ausencia de ruidos, sino la actividad profunda del amor que escucha". En Silos, se escucha el amor, se respira el silencio, se palpa la trascendencia, se saborea la paz. Vivir unos días en el monasterio es tomar el pulso al misterio y contemplar la vida como una hermosa aventura de esperanza y de fe.

* Sacerdote y periodista