Acertadísimo, como siempre, el artículo de ayer en este periódico de Desiderio Vaquerizo hablando de las luces (muchas, muchísimas) y las sombras (que también las hubo) de aquella gestión de Antonio Cruz Conde que configuró la Córdoba actual, con sus avenidas, las futuras zonas de expansión urbanas, la definición del casco histórico y su potencial turístico… Pero también aquella reinvención (o invención, a secas) de la Puerta de Sevilla, la calle Cairuán…

Quizá a Antonio Cruz Conde, un visionario de su tiempo, no le extrañaría el cambio tan notable que está teniendo en los últimos años el casco histórico de Córdoba con su fisonomía restaurada y con riadas de oleadas de turistas.

Digo esto porque en un reciente viaje he visto que hasta en ciudades medias los cascos históricos se están uniformando. Si uno solo mira hacia los pisos bajos y locales y no alza la vista, donde la arquitectura sí marca diferencias, todas las calles se están comenzando a parecer sospechosamente en cualquier casco histórico. Y no sé si en estos tiempos de la post-verdad, disculpen el palabro, no nos estaremos echando en brazos de la gentrificación (otro palabro, perdonen de nuevo), ese fenómeno que consiste en recuperar barrios históricos con cuantiosas inversiones pero a costa de expulsar a los primitivos vecinos, que se ven extrañados de sus barrios, entre otras cosas, porque no pueden hacer frente a los altísimos alquileres de modernos urbanitas. ¿Se acuerdan de lo que pasó con La Corredera?

Pues bien, ya puestos, yo me he inventado el término post-arqueología, que consiste en que, cuando uno visita una ciudad, no limitarse a buscar las huellas del pasado e imaginar los palacios y la actividad de la calle cuando sus habitantes pululaban por ella hace siglos. Ahora, el post-arqueólogo, además de buscar huellas de la antigua ciudad, también debe rastrear e imaginar aquel bar popular y esa tiendecita de comestibles y sus gentes, locales cuyo sitio ya ocupa un aséptico, moderno, anodino y clonado negocio de una franquicia.