A todos los niños de las Escuelas Nacionales nos educaron en el catolicismo; incluso yo pintaba los sábados sobre la pizarra las imágenes del evangelio. Pero cuando a finales de los años sesenta del pasado siglo me estaba alejando de la Iglesia, por discrepancia con su afinidad al régimen político y por haber leído "¿Por qué no soy cristiano?", del filósofo y matemático Bertrand Russell, volví invitado por unos jóvenes de la Parroquia de Santiago. El motivo fue la puesta en marcha por don Antonio Navarro del Club Juvenil, donde en las magníficas instalaciones que había construido sobre parte del huerto (con salón de actos, biblioteca y aulas) me incorporé junto a otros para dar clase de educación de adultos, montar un grupo de teatro, proyectar cine y organizar la biblioteca.

El día de su inauguración fui elegido por mis compañeros para estar en la mesa en representación de los jóvenes. Cuando don Antonio me dio la palabra, yo expresé que a Dios no había que personificarlo, ni ubicarlo en las alturas del espacio ni en los templos, sino que yo creía que estaba en todo el Universo: allí mismo y con los obreros de una fábrica y en las piezas donde aportaban su trabajo. Para atenuar mi discurso panteísta (sobre todo ante los mayores asistentes), don Antonio se refirió a él como de un sentido cristiano, en línea con el jesuita Teihlard de Chardín; ¡del cual yo desconocía su existencia en esas fechas!

Mi vida después ha trascurrido junto a mi profesión, en un compromiso social humanista bajo una concepción atea si se refiere a las religiones imperantes, pero creyente si se mira bajo los criterios del conocimiento que nos da la ciencia. Aun respetuoso con quienes lo hacen (pues pueden servir como referencia de normas morales), yo no profeso ninguna religión no solo por el carácter excluyente y a veces hipócrita de muchos de sus dirigentes y seguidores, sino por la contradicción de su cosmovisión antropocéntrica caduca a la altura de los tiempos que estamos. Vamos a ver, hoy día no se cuestiona científicamente que el Universo contaba con unos diez mil millones de años cuando se forma el sistema solar a que pertenece la Tierra. Igualmente se sabe que el Sol, como cualquier otra estrella, acabará por consumir el combustible de sus reacciones nucleares y desaparecerá la vida en la Tierra (si no lo hacemos nosotros mismos antes). ¿Se puede dar como válida cualquier teoría sobre el sentido de la existencia del Cosmos elaborada hace un par de miles de años y por unos seres de tan corta existencia, que consideran vida solo a la que conlleva el componente biológico? Y sin embargo, yo siempre he creído que la organización del Universo, cuyo entendimiento es tan complejo ir desentrañando por el avance de los conocimientos matemáticos y de la física, tiene que estar controlado por una componente ordenadora; un director de orquesta que hace que las partículas atómicas se comporten de igual manera allá donde se encuentren en el espacio y en el tiempo. Sobre todo después de leer en el año 1971, el libro del físico nuclear y filósofo francés Jean--Emile Charon "Tiempo, espacio, hombre", donde explicaba que ya estas mismas partículas tienen vida. Así que no hace falta buscar las que denomina mi amigo el paleontólogo jesuita Leandro Sequeiros, bacterias extramófilas (que pueden sobrevivir a las limitaciones de la vida en la Tierra) fuera de nuestro planeta, como base para ver si ha podido existir o existe vida inteligente en otros lugares del cosmos.

Yo sigo pensando como en mi juventud que existe una inteligencia distribuida omnipresente. Otra cosa es conseguir sintonizar la melodía que dirige y sobre todo acompañarla con nuestro canto.

* Ingeniero técnico de

Telecomunicaciones