Espera... Es que justo ahí, en el pelo, tienes... Bueno, no está exactamente en tu pelo, pero lo parece. Aún no había visto ninguno, ¿sabes? Tengo curiosidad por saber qué pasará cuando eclosione. ¿No sabes de qué hablo? Sí, claro, perdona. Es que hay un Huevo Pokémon ahí, justo ahí. Ya, ya sé que es una tontería. Solo quería comentártelo. Como te estaba mirando tan de cerca, no quería que pensaras mal. Tienes razón, a ti no te veía. Pero ahora ya sí. ¿Esperas a alguien? ¿No? Solo estás leyendo tranquila. Comprendo eso de tranquila. ¿Es bueno ese libro? Cuéntame de qué va… Una reflexión sobre la inviolabilidad de las creencias y el concepto de traición… entiendo. Algo así cómo debatir si un pokémon puede pasearse por el altar de una iglesia, ¿no? Reconócelo, ahora te he hecho reír. Es que me lo has puesto a huevo… Ya, ya paro.

Esta conversación puede ser ficción o realidad. Como la vida a través de una pantalla Pokémon. Un divertimento para algunos, el pasadizo que nos conduce a los juegos de niños. Una alienación para otros, una enajenación, una claudicación más ante el mercado. Para bien o para mal, Pokémon Go está ahí. Una ínfima muestra de lo que puede ser la realidad aumentada. Una tontería, o no tanto si, por ejemplo, la fantasía revela a los niños las vidas antiguas de unas ruinas o los microbios que habitan a nuestro alrededor. Todo depende de cómo juguemos con la ficción y al servicio de qué la pongamos. Clamar contra la frivolidad colectiva quizá nos aúpe al trono del elitismo intelectual, pero también nos desconecte de otra realidad: la que motiva a muchos de los que nos rodean. Al menos, preservemos la curiosidad. Al fin y al cabo, algunos de los que advierten sobre el fin de la imaginación nunca han mostrado gran interés por adentrarse en ella.

* Periodista y escritora