Tras la herida siempre viene la cicatriz. Enrique era la vida. Su devastadora ausencia es el cruel legado que nos deja el presente. La escritura era para él un trabajo muy serio. Por eso entre un grupo de amigos hemos decidido editar un libro de poemas en su recuerdo, titulado: Corazón que crece, que es un eterno viaje a la memoria de Enrique Pleguezuelo Acedo. Sentimos que su corazón crece cada día, y lo hace independiente, inconformista, lúcido, incansable. La madurez del poeta se caracteriza por su naturalidad, compite en aprecio con los más reconocidos de sus coetáneos, algunos más jóvenes le señalaron como su maestro. Según decía él mismo encontró su estilo personal después de leer a muchos poetas que le influyeron, bebía de la narración oral y de la literatura en general. Optó vitalmente por ser comprometido, poseía una innata capacidad para comprender al diferente. Algunos de sus poemas son un intenso recorrido hacia el amor, emocionantes, tan poderosos y a la vez tan frágiles, enriqueciendo así el relato de su vida. Letras que esperan para embarcar y formar parte de la perfecta metáfora de libertad que era Enrique. En cada libro se reinventaba, gran conversador, nos hacía partícipes de su diálogo sugerente, inagotable, imperecedero. Su universo sigue en pie. Siempre se posicionó del lado de los más desfavorecidos y con su silencioso e incendiado grito despertó conciencias, prestó su voz en favor de los más débiles. Nos bastó solo un instante para que supiéramos que estábamos unidos por un extraño vínculo, el de la poesía, de ahí mi admiración hacia él y su rebeldía. Con sus versos formaba un horizonte nuevo, creativo, libre, ilimitado. A veces se convertía en un observador a orillas de cada adjetivo, como un espectador entre los renglones de cada texto. Buceaba entre las palabras que había coleccionado en su mente, reconstruyendo el mosaico de lo que fue su existencia, tierna, divertida e ingeniosa. Dejó profunda huella en todo aquel que le conoció.

<b>Pilar Redondo. Escritora.</b>

Córdoba