Mientras que la noria de la presura y mediocridad imperantes en la cultura española de la hora presente sigue llenando sus cangilones, desde el espacio televisivo al bibliográfico, de productos "basura", se detectan, por fortuna, en el ancho mapa de nuestro país --(¿quedará pronto mutilado por la rauxa catalana y la hybris madrileña?)--, plumas y ordenadores que no capitulan ante tan pesaroso panorama y continúan, terne a la vez que esperanzados, en el noble afán de ensanchar el radio de la cultura llamada malévola e inexactamente, elitista.

Uno de los testimonios más refulgentes se encuentra, conforme ya hemos tenido el gozo de constatar en estas páginas, en un solar predilecto desde antiguo de las letras y el arte españoles, cuna o prolongada y fecunda mansión de Séneca, Juan de Mena, Góngora. Bien que el cronista huya como del diablo de augurios y profecías y procure respetar como es debido la libertad creadora de vates y artistas y, asimismo, conceda una amplia soberanía al azar y la suerte en la forja de los destinos individuales y colectivos, apuesta --y decididamente-- por la nombradía e influjo que tendrá en las generaciones literarias del futuro inmediato y lejano la obra del poeta y profesor cordobés Carlos Clementson. Dos milenios después de Virgilio, Ovidio y Horacio tampoco el dios Pan ha muerto. Como por entonces oyeron algunos pasajeros privilegiados en la travesía de la Hélade al Lacio, también hoy los viajeros que colman los coches del AVE con dirección a Cataluña, el Levante feraz, la verde Cantabria o las Asturias de Oviedo pueden escuchar sus gritos de exultación, tras retozar y hacer morisquetas en las fragosidades de Sierra Morena, cuando el permanente laborar de los talleres de este singular escritor enraizado en la Bética más genuina y honda alumbra sus resultados más alquitarados. A la fecha, los frutos más serondos de la literatura poética de los pueblos que, desde el fondo de los siglos, constituyen la nación española --Catalunya, Galicia, Andalucía (faltan aún Vasconia y parte del País Valenciano)--, encontraron en él a un impar traductor al castellano, para disfrute, enseñanza y estímulo de los hablantes de una lengua milenaria y planetaria, en un estado de asombrosa y roborante salud...

A comienzos de la canícula del año de nuestros pecados de 2014 --y aún quedan hojas en su zozobrante calendario...-- las no muchas librerías receptivas a la belleza más alquitarada, esto es, a la lírica, colocaron en sus anaqueles la última cita de Clementson con el reloj de los trabajos y los días del quehacer crítico y literario en la España del segundo decenio del siglo XXI: Las rosas de la vida. Antología de la poesía francesa (De François Villon a Paul Valéry. Madrid, 2014) . Dadas su formación --loanzas inacabables a la Murcia de sus maestros D. Angel Valbuena Prat, D. Mariano Baquero Goyanes, para él, particularmente cercano, D. Manuel Cortés...-- e inclinaciones, el nuevo título de su impagable labor traductora no deparó, en verdad, excesiva sorpresa para sus lectores. Sin Francia y sin París, algunos de los principales hábitos investigadores y escriturarios del autor de El fervor y la ceniza , así como los de muchos otros de los colegas y camaradas de su generación --y de numerosas de las anteriores-- no hallarían la respuesta acertada. El encandilamiento que ya desde los soñadores anales de su Bachillerato sintiera C. Clementson por los versos que, por el momento, cierran el bucle de la gran potencia que es también en poesía el Hexágono, encuentran ahora en su burilada traducción --plena de sugestividad y frescura y, lo más difícil quizá de todo, propiedad--, encuentran en su última obra la expresión más cumplida. "Ou son-t les neiges d'antan... "; " O chateaux, ô saisons, quelle est me sans défauts?... ". Harto se comprende a la luz de ese hechizo que el autor de Archipiélagos quiera, como su idolatrado D. Antonio Machado, cortar sus rosas del huerto de Ronsard...

Tras la lectura morosa, espaciada, refrenada de esta Antología, con S.B.N. en la alta madrugada cordobesa --hora de su cita insomne con las musas-- se capitaliza en toda su extensión la frase de los antiguos catedráticos de Institutos y de los hermanos y madres de colegios religiosos de indubitable excelencia docente acerca del poder salvador de la belleza; ellos, en especial, los últimos, lo afirmaban respecto de la religiosa; pero tampoco, como los primeros, tenían reservas frente a su manifestación lírica o poética.

* Catedrático