El poder del mercado en nuestros días es un poder absoluto. Su poder es superior al de los Estados, al de la Banca, al de las empresas multinacionales. Es un poder que no tiene un representante visible con nombre y con rostro. Opera desde la incognoscibilidad de un agente representativo. No se pueden establecer relaciones de diálogo con el mercado. Desde la invisibilidad de un agente ejecutor domina el mundo contemporáneo. Ejerce su dominio sin ninguna consideración de la justicia, de la solidaridad, de la pobreza en que vive la mayor parte de la humanidad.

Tras la desaparición del imperio soviético, dos grandes fenómenos ocuparon el espacio cultural, económico y político: la globalización, y el poder del mercado. La globalización ha sustituido al sistema de bloques. EEUU y sus aliados, la Unión Soviética y sus aliados. El segundo gran fenómeno es la creencia de que en este mundo global, el mercado es el instrumento eficaz y solvente para determinar el uso racional de los recursos disponibles.

En política se dice que la soberanía pertenece al pueblo, lo cual es lo mismo que decir que la soberanía no pertenece a nadie en particular, que ningún individuo tiene prerrogativa alguna personal que le legitime para ejercer el poder. Si el poder es de todos, significa que no es de nadie en particular. Es el pueblo quien de forma anónima (en votación secreta) otorga una delegación provisional (durante cuatro o cinco años) a alguna persona o a algún grupo. Este sistema no garantiza que los resultados de una convocatoria electoral sean un acierto. Lo mismo puede ser una equivocación del pueblo soberano. Pero de todas formas creemos en la democracia.

Algo parecido ocurre con el mercado tratándose de la asignación de los recursos económicos. Se quiere seguir creyendo que el mercado, donde los oferentes y los demandantes actúan guiados por motivaciones e intereses estrictamente personales (lo mismo que hacen los votantes en las elecciones), es un foro donde la determinación de los precios, de los salarios, de las inversiones, se lleva a cabo de forma racional y eficiente. Se sigue creyendo, porque no se ve otra institución que sustituya al mercado.

Ni los gobiernos, ni los Bancos Centrales, controlan ya las tasas de cambio de las divisas. Lo único que pueden hacer es seguir a la zaga los movimientos del mercado, y en todo caso corregir momentáneamente algunas irregularidades. Es el propio mercado quien vendiendo unas divisas y comprando otras hace subir o bajar la cotización del dolar USA, mantiene el valor del euro, o apoya el yen japonés. Es el mercado quien fija los precios del café, del petróleo, o del cobre.

Es el mercado quien manda, solamente manda el mercado. Al mercado no le interesan las personas, le interesan los precios, le interesan las plusvalías de capital. Aquí radica el problema. El mercado es capaz de crear riqueza, no sirve para distribuirla. En este comienzo del siglo XXI la creación de riqueza es un problema resuelto. Los países y las personas ricas tienen toda la riqueza que son capaces de disfrutar. Lo que no está resuelto aún es la distribución de la riqueza. El mercado no sirve para distribuirla. Lo que hace es acumularla.

Hubo un tiempo, en los inicios de la primera revolución industrial, en que se creía que el mercado era el instrumento apropiado para establecer un equilibrio entre los agentes económicos, entre los empresarios y los trabajadores para acordar un salario, entre las naciones para fijar los precios del mercado internacional. Una mano invisible, decía por entonces Adam Smith, haría que buscando cada uno exclusivamente su propio interés, coordinaría los intereses particulares para alcanzar el bien común de la sociedad.

Aquella mano invisible no dio nunca señales de su existencia. Fueron los gobiernos de cada Estado quienes intervinieron promulgando una legislación social, laboral y mercantil inexistente hasta entonces, con vigencia a nivel de cada Estado, no a nivel internacional. Hoy día en un mundo global no existe una autoridad internacional con jurisdicción sobre los Estados-Nación para establecer normativas sociales que regulen el mercado internacional de materias primas, de alimentos y de salarios. A nivel internacional la única regulación existente es la del mercado. Pero el mercado es eficiente para equilibrar los intereses. Es incapaz de institucionalizar la justicia.

La desigualdad de renta existente entre las personas que viven en los países ricos y las que viven en los países pobres está exigiendo la existencia de una autoridad mundial que pueda dominar el mercado. De momento esta autoridad no existe. Ni la ONU, ni tampoco la Unión Europea son instituciones que puedan regular el mercado mundial.

* Profesor jesuita