No pueden ser las mismas leyes las que desahucian que las que protegen a los bancos. Algo no cuadra. La justicia obliga al poder a ejecutar las leyes. Pero si el veredicto "que hay que acatar" deja a la intemperie a una familia porque el banco tiene mejores abogados, algo chirría. Si las togas señalan que hay que echar a gentes que han ocupado un colegio abandonado para construir, con dignidad, una ilusión que da comida y educación y dejar, de nuevo, las aulas vacías y sin vida, el mundo no está bien hecho. La labor de la Acampada Dignidad en el colegio Rey Heredia seguro que está condenada en los manuales del Derecho por las leyes que memorizan quienes opositan en la carrera judicial. Es cuando el sentido común nos dice que la impartición de la justicia puede ser injusta. El PP, por ejemplo, no explica nada sobre las acusaciones de contabilidad B --la que no declara a Hacienda--. Bárcenas señaló ayer que se hacían marrullerías contables en todas las sedes regionales y provinciales de su partido. Algo habrá de venganza, pero la duda salta. Es lo que tiene el poder, picapleitos y leguleyos de sobra como para chanchullear si hace falta con tal de salir del atolladero. Se está viendo con todos los exjerifaltes de la banca y cajas de ahorros, que estarán imputados y mal vistos pero con una buena pensión, que las penas con pan... Aunque, con o sin abogados, el poder hace siempre lo que quiere. A la Mezquita le pueden quitar el título de patrimonio de la humanidad por utilizar su nombre en vano, según los criterios de la Unesco, y convertirla solo en Catedral. Pero el poder, que no debiera ejercerse en lo religioso --ese estado íntimo en el que el desamparo busca como respuesta a Dios-- también se ha instalado en la parcela más sagrada del ser humano. Y da como resultado pulsos mundanos que ponen a Dios por testigo de los euros que ingresa la Mezquita y los que gasta en mantenimiento la Catedral: 8 a 1 en millones. Inquieta analizar los temas de preocupación: el del poder político, justificar que no tenía dinero en negro; el del religioso, los millones de euros que invierte sin decir los que recibe; el de la calle, darle rendimiento a un espacio abandonado al que la dignidad le ha puesto su firma.