Solo que con argumentos equivocados y soluciones falaces. Podemos tiene razón en que el sistema democrático adolece de falta de representatividad pero el movimiento asambleario que plantea como alternativa no es la solución. En primer lugar, es poco eficiente. En segundo lugar porque, al igual que la partitocracia imperante, es fácilmente manipulable por unos dirigentes autoproclamados "vanguardia del proletariado". Es paradójico cómo del mismo modo que el sistema faraónico imperante en los partidos políticos tradicionales está inspirado en el monolítico régimen de obediencia ciega y castigo al disidente que llevó a Lenin a erigir el Partido Comunista, también es el modelo que siguen los dirigentes de Podemos al construir desde abajo un movimiento populista, agresivo y mediático siguiendo el estilo del bolchevique que pergeñaron entre Lenin y su Goebbels particular, Willy Münzerberg. En este sentido, Podemos es un ejemplo más de lo que Jean François Revel denominó "la gran mascarada": camuflar las ideas totalitarias de izquierda bajo un envoltorio de causas humanitarias. Causa vergüenza democrática ajena contemplar en Youtube a Pablo Iglesias dirigiendo escraches intimidatorios contra Rosa Díez, a la que su grupo de estudiantes amaestrados impiden tomar la palabra en ese recinto sagrado de la libertad de expresión que es la Universidad, siguiendo la consigna sectaria de que educación no debe ser sino una forma más de adoctrinamiento.

Podemos tiene razón, en el terreno económico, en que la "casta" política y el establishment empresarial son cómplices de un verdadero asalto al poder democrático, como evidencian desde las multimillonarias ayudas concedidas desde el Estado a instituciones bancarias en quiebra hasta las pasarelas desde la política a la empresa (ahí está Felipe González sonriendo mientras sus compañeros del PSOE cantan el "¡Arriba parias de la tierra!" y él cobra religiosamente de Carlos Slim, uno de los plutócratas más importantes del mundo) pasando por el paradigmático y vergonzoso último indulto que concedió Zapatero, al vicepresidente del Banco de Santander.

Pero la solución no reside en más poder discrecional al Estado, lo que solo resultaría en más corrupción y autoritarismo, sino en establecer un equilibrio entre el estado y el mercado de manera que el estado fuese más pequeño pero más eficiente y el mercado fuera más libre y transparente. Así nos pareceríamos más a monarquías o repúblicas constitucionales que lideran el Indice de Libertad Económica --Singapur, Nueva Zelanda, Suiza o Canadá-- que a monarquías y repúblicas autoritarias al estilo de las que defienden los líderes de Podemos --de Argentina a Venezuela pasando por esas monarquías hereditarias en que se han convertido las revoluciones comunistas de Cuba o Corea del Norte--.

Pongamos un ejemplo significativo. Podemos propone en su programa la creación de más medios de comunicación públicos y el control de los privados. Pero la auténtica riqueza informativa viene dada porque se multipliquen las posibilidades de libertad para crear empresas y organizaciones que en el ámbito de una competencia libre promuevan multitud de puntos de vista. ¿Qué hubiera sido de los muy socialistas Podemos y Pablo Iglesias, por ejemplo, sin la ayuda mediática de los muy capitalistas Atresmedia (La Sexta) y Lara? En este sentido, lo que cabe es privatizar esos nidos de corrupción institucional que son las televisiones públicas y liberalizar el espectro radiofónico y televisivo de las cortapisas y el poder discrecional y arbitrario que detenta la autoridad estatal (in)competente.

Contra lo que sostiene Podemos solo con más libertad política y económica conseguiremos mejores resultados en crecimiento económico, ingreso per cápita, sistemas de salud, educación, protección del medio ambiente, reducción de la pobreza y bienestar general. En lugar de más intervencionismo político y económico como el que defiende Podemos, lo que necesitamos es más libertad política y económica, lo que se traduciría en menos impuestos y menos manipulación política. Lo que plantea Podemos es sojuzgar la sociedad civil bajo el dictamen de un poder estatal esclerotizado, burocrático y elefantiásico que a través de subvenciones, rentas y premios a sus seguidores cree una sociedad fanática, clientelar y sumisa. Es decir, frente a sus proclamas de transformación radical del poder político, en realidad Pablo Iglesias sería una rocambolesca mezcla del Príncipe de Salina y Marx (el admirable Groucho en lugar del deplorable Karl, of course): cambiarlo todo para que, partiendo de la nada y tras mucho esfuerzo, alcancemos las más altas cotas de miseria.

*Profesor de Filosofía