La moción de censura que el PSOE ha presentado contra Mariano Rajoy es la primera de cuantas se han presentado cuyo desenlace no se conocía de antemano. Tanto la que presentó Felipe González a Adolfo Suárez, la de Antonio Hernández Mancha a González y la de Pablo Iglesias al propio Rajoy estaban destinadas al fracaso.

Esas sí que fueron mociones puramente instrumentales puesto que no pretendían derrocar al Gobierno, porque no podían, sino que simplemente tenían por objetivo publicitar una alternativa ante los ciudadanos. Nada de lo que dijese el candidato podía alterar el voto ya predeterminado del conjunto de los diputados. Esta vez es diferente. De lo que dijese Pedro Sánchez dependía el éxito o fracaso de la moción.

Sánchez reivindicó su moción como consecuencia de hechos gravísimos, la constancia de que el partido de gobierno está involucrado en una trama corrupta y en la necesaria exigencia de responsabilidades políticas. Apeló a los 350 diputados a decidir entre la continuidad de Rajoy o el cambio, recordó que no dar apoyo a la moción supone colaborar con la impunidad.

Y ofreció Constitución, reivindicó su letra, su vigor y su vigencia, para que no quedaran dudas sobre cuáles son sus límites ante los partidos independentistas. Ofreció estabilidad prestándose a no obstaculizar la tramitación de los presupuestos, en un claro guiño a los nacionalistas vascos.

Se ofreció también a derogar algunas de las decisiones más polémicas del PP como la «ley mordaza» e invocó a la necesidad de tejer consensos, más allá de la convocatoria de elecciones. Y se ofreció a hablar con todos, incluido el nuevo presidente catalán.

Pudiera parecer en términos programáticos que no es demasiado para quien quiere ser, aunque sea por poco tiempo, presidente del Gobierno. Seguramente su discurso no satisfizo del todo a nadie, pero dijo lo suficiente como para que a casi toda la oposición le resulte muy difícilmente justificable seguir manteniendo a Rajoy

Y así parecen haberlo entendido los partidos independentistas catalanes y los nacionalistas vascos. Los primeros, con la oferta de diálogo y sobre todo con la salida de Rajoy de la Moncloa, intuyen un rayo de esperanza en el desbloqueo de la crisis, un primer paso imprescindible hacia su resolución. Los segundos se pueden sentir aliviados después de que Sánchez, en aras de la estabilidad y aunque a regañadientes, asuma unos presupuestos especialmente benevolentes con ellos. Podemos recogió el guante y apuesta por el cambio mientras que Ciudadanos no rectificó y con ello puede haber quedado bastante fuera de juego.

Con su negativa a la moción quedó alineado con un PP carcomido por la corrupción, algo que entra en franca contradicción con uno de sus principales caballos de batalla, y sin haber obtenido la convocatoria inmediata de elecciones, tal y como pretendía, para tratar de aprovechar los vientos favorables que le auguran las encuestas. Al final habrá sido la desidia del PP lo que puede haber pinchado el «momento Ciudadanos». Unos pobres argumentos que al final pueden dar un gran resultado.

* Profesora de Ciencia Política (Universidad de Valencia)