Los comentarios que por distintos medios se escuchan me llevan a escribir sobre algo que en estos días de dolor por el accidente del vuelo Germanwings se baraja y se comenta con frivolidad en el sentido de no saber hasta dónde puede llevarnos una profunda depresión. Criminal, asesino, psicópata --se comenta--, que se hubiera matado solo, que lo "maten, crucifiquen", etc. Son sentencias generales hacia el copiloto del accidentado avión. Por supuesto, nada podrá mitigar el dolor de las familias rotas y menos aún reparar tan inmensa pérdida de vidas. Pero creo que al criminalizar a un ser humano sin ponernos en su piel, no deja de ser una ignorancia total acerca, en este caso, de una enfermedad que muy a la ligera confundimos y definimos como tristeza, bajón,... etc. La verdadera y profunda depresión no se puede entender sin haberla sufrido y es por ello que le dedico páginas en una de mis obras publicadas. Sí, he pasado por ello y aun así no alcanzo a describir bien este mal tal generalizado en nuestra sociedad, hoy. A veces --digo--, en estado depresivo, la gente la vivo como desafiante calavera que me provocara el más absoluto desprecio. No quiero ver ni oír a nadie. Todo me molesta. No puedo soportar ni tan siquiera palabras. No encuentro nada que me motive, que me ilusione... Parece como si un halo de muerte se hubiese instalado en mi alma. Y a este estado psicológico de bloqueo total se suma un mal físico indescriptible. Y en un plis--plas, solo se ve como salida la muerte, que no se proyecta sino que en un instante se presenta como la gran puerta de salida hacia la luz que buscamos. Seamos, pues, cautos al juzgar y sentenciar y vivamos la vida de cada minutó con pinceladas de luz y provisionalidad. ¿Y quién dice que no le diera un mareo, un infarto, etc.? Una caída, una fractura y aunque la casa se hunda nada podemos hacer por salvar a nuestros hijos.

* Maestra y escritora