Junio es el mes en el que el estudiante hace recuento de la vida porque comprueba que se le acaba un curso, que tiene que aprobar, porque si no, en septiembre, su tiempo cojeará. Junio es el mes en que la ciudad de Córdoba comienza un tiempo sin la bulla de mayo, en que el calendario ha sido una algarabía de fiestas programadas. Junio es como una especie de retiro espiritual en el que los humanos sabemos que la lluvia y las sombras le ceden todo el poder al calor de la siesta inevitable. Y este mes de junio, sobre todo, es una soledad casi de pueblo vacío para la plaza de la Constitución, ese espacio de la ciudad, al lado de la Subdelegación del Gobierno, donde hasta hace nada ha estado el Palacio de Justicia, había agua en el estanque, los jueces, abogados y juzgados desayunaban por sus bares y por las tardes el Juzgado de Guardia tenía diariamente poder de convocatoria. Ahora el poder judicial se ha ido a hacer justicia a otra zona de la ciudad y este espacio, que limita con Vallellano y con Tomás de Aquino, y que en las ferias de hace 25 años era parte del Real, se ha tornado soledad estimulante con un silencio que empieza a adivinar su futuro. O eso deseamos. Cuando no hay trabajo sino solo espacios vacíos --como ahora en la zona de los antiguos juzgados, o en el cerrado Don Jamón de la avenida del Aeropuerto--; cuando no hay turistas porque el almanaque les avisa de que es hora de que miren al mar; y cuando no hay calendario festivo porque hemos acabado con mayo, y junio está en su inicio, el tiempo y la realidad son como un hueco que invita a sumar imaginaciones para rellenar la oquedad. A no ser -no creemos—que quienes dirigen la ciudad no hayan previsto un futuro para esta zona. Se supone que nuestros dirigentes -tanto del Gobierno central, como de la Junta de Andalucía o del Ayuntamiento-- habrán pensado que la soledad también es productiva porque invita a la imaginación y a la fantasía. Sin turistas y sin feria son los exámenes de junio esa otra realidad rentable de la ciudad a la que sólo de vez en cuando le conviene recogerse. Para pensar y decidir. Porque, a veces, conviene una soledad sin turistas y sin fiestas. Con un Puente Romano en el que dé tiempo a pensar desde sus perspectivas en silencio y sin fotos. Para construir un futuro tanto personal como de ciudad. Es lo que pensamos que están haciendo en sus despachos los que nos construyen la ciudad día a día -como en su tiempo hicieron, de manera ejemplar, romanos y árabes--. Por eso creemos que ahora que se cumplen 40 años de la Constitución no van a dejar como un pueblo vacío ese espacio de Córdoba que como plaza lleva su nombre.