Grecia siempre irrumpe como la cuna de la democracia. Y como todas esas querencias alimentadas por Milton y su Paraíso Perdido, o el visceralmente romántico Lord Byron, dibujamos un triángulo falaz cuyos vértices son la pureza, la frescura y la perfección. Grueso error, pues los inicios están plagados de imperfecciones. La democracia de la polis -no tanto como el engranaje de Roma-- también se apoyaba en la esclavitud, y vocablos hoy totalmente cacofónicos, como es el caso de Tirano, tenían su acomodo en el Gobierno de aquellas Ciudades Estado.

Hoy no veo camisas sin corbata, ni blusas, en las huestes socialistas. Mi cabeza es incapaz de espantar esas túnicas que pasean por el ágora, diálogos encallados por un movimiento imposible. Veo a Pedro Sánchez desenrollando una y otra vez un pergamino que vuelve a cerrarse. No me cuesta mucho caracterizar a Solón con el rostro de Rubalcaba, cuya calvicie y barba canosa le dan un aspecto de agrimensor. Pero me es más fácil cohonestar al actual Secretario General del PSOE con Pisístrato, un tirano de los de antes cuya traducción actual más cercana sería el aferramiento al poder. Solón tiró la toalla por los tumultos internos y su puesto se lo disputaron la costa, que incluía a comerciantes y artesanos, representados por Megacles; las llanuras, exponentes de la aristocracia tradicional, encabezadas por Licurgo; y las colinas, que defendía a los agricultores pobres y a los más desencantados con los tiempos de Solón, al frente de los cuales estaba Pisístrato; signos todos ellos de que las baronías socialistas se remontan a Heródoto y de que Pedro Sánchez no es el primer funambulista en el poder.

Las reminiscencias con los tiranos atenienses no entroncan con procedimientos antidemocráticos pero sí con los aires de revuelta que vienen a huracanar la sede de Ferraz. Pedro Sánchez ha pasado de ser un efebo de los lienzos de Alma-Thadema a un senescal de una tragedia shakesperiana dispuesto a enfundarse la cota de malla. Por mucho que se desgañite Iceta, con ese aspecto de alfarero del Pireo, hacía tiempo que no encontrábamos un personaje político capaz de forjarse su propio drama.

En política, el altruismo desinteresado no es nada si no cuenta con la propulsión de la ambición. Pero todo argumentario político ha de partir de una frontera meridiana: la que obliga a saber a ciencia cierta el momento de la resistencia, y el de la retirada. Al secretario general socialista le ha llegado este último, so temor de que se plasme ese clásico recurso de los historiadores en el que supura la desazón interna: las guerras intestinas. Quién dijo que desde la debilidad no puede construirse la audacia. El problema se sitúa en las consecuencias, en supuestos aliados que más que en los fines comunes se obcecan en los despojos de un partido centenario.

Este último movimiento de ficha del señor Sánchez obliga a salir de sus madrigueras a los pusilánimes y dejar a un lado tanta puñeta de tacticismo. Con tanto ego se ha esquilmado una más que necesaria regeneración. H

* Abogado