Hacía mucho tiempo que se lo merecía, y por fin llegó. La ciudad que adoptó como suya desde que en 1958 dejó Nueva York -donde, aunque nacida en Londres, se había criado y crecido en el mundo de la publicidad y el arte-, la Córdoba donde encontró el amor y a la que tanto ama rindió ayer homenaje a Rita Rutkowski. Y lo hizo precisamente en el Día de la Mujer, lo que para ella, acostumbrada a abrir sendas en solitario y a luchar contra desarraigos e incomprensiones, fue una doble satisfacción. Y además, optimista, cálida y vitalísima como es, se lo tomó como un regalo de cumpleaños, pues el 19 de marzo cumplirá 85 años y nada podía hacerla más feliz que ver parte de su obra a salvo del tiempo. No porque no tenga herederos, pues el flechazo por un profesor de instituto, David Fernández, que varó a aquella joven sorprendida por la belleza de Córdoba en esta orilla del Guadalquivir, al que se asoma cada mañana desde la terraza de su casa, se prolongó en cuatro hijos que en su momento se repartirán el extenso legado pictórico de su madre, para la que un día sin ir al estudio -aunque ahora lo haga apoyada en un andador-, es un día estéril.

Pero Rita Rutkowski tenía una espina clavada. Ella que no solo entregó a la Córdoba clásica, la de siempre, el aliento cosmopolita de las vanguardias neoyorkinas sino su imperturbable activismo cultural y ciudadano sufría por el desdén de una ciudad reacia a asumir lo que llega de fuera. Décadas le costó que no la miraran como un bicho raro: una extranjera cuyo idioma no se entendía, que llevaba pantalón en los años 50 y que retrasaba las comidas por pintar, trabajo que para la mayoría de los cordobeses de entonces ni siquiera era trabajo sino extraño divertimento. Y tanto que se divertía y se divierte con esos trazos de expresionismo abstracto que para ella han sido biografía, pensamiento y salvación. Pero nadie es una isla, y si bien aprendió a disimular la nostalgia de su «ciudad dorada» por sentirse una más en la tierra de adopción, lamentaba no ver representada su obra en algún centro que la acogiera bajo el paraguas oficial. Por eso ofreció once de sus lienzos de gran formato al Museo de Bellas Artes, y este, tras someter la donación a largos trámites -cosas surrealistas de la burocracia- ayer los presentó en una exposición abierta hasta el 23 de abril. Buena ocasión de acercarse a una pintora y una mujer excepcional.