El polémico panorama que envuelve parcelas esenciales de la vida nacional desde un tiempo atrás encuentra una de sus principales manifestaciones en la controversia suscitada a propósito de la más idónea ubicación museística del más famoso cuadro de la pintura española del siglo XX. En tal debate dos ausencias se han hecho nítidamente patentes. Atañen a una pareja de intelectuales de la segunda mitad de la centuria asaz diferentes respecto a mentalidad y valores, pero hermanados por su común atención al sentido y mensaje de la obra del pintor malagueño.

Lector de español en una sobresaliente Universidad alemana en los años iniciales de la segunda postguerra mundial, el grancanario Vicente Marrero se revelaría, en su absorbente dedicación al mundo de las letras en el apogeo del franquismo, por su decidida defensa de la tradición hispana y pugnaz crítica a las escuelas y pensadores representantes de la modernidad más desarraigada de aquella. Guía y timonel un tiempo de la destacada revista conservadora Punta Europa --crecientemente revalorizada por la crítica más solvente--, en su amplio paralaje intelectual se incluyó desde fechas tempranas su ardoroso interés por la obra picassiana. Expresión de ello fue la resonante entrevista con el genio que publicara, en el estío franquista, en un gran periódico, Informaciones, con escándalo de los zelanti y guardianes de las esencias del Régimen... Años más tarde, Marrero daría a la luz en una prestigiosa editorial de la cultura española novecentista un notable libro sobre el significado del autor del Guernica en la pintura contemporánea, con particular atención, claro es, a su cuadro más referenciado. Siquiera fuese por razones historiográficas, su mención resultaba obligada en la vasta bibliografía nacida a raíz de la polémica mencionada al principio de este artículo, pero no ha sido, lamentablemente así. ¿Víctima? La cultura española y los jóvenes que deben familiarizarse con sus claves si han de continuar la historia de un país unitario y, en muchos aspectos, sobresaliente entre los que han configurado la biografía de occidente. La segunda y clamorosa omisión en el tema que da pie al presente artículo es la del barcelonés Xavier Tusell Gómez (1945-2005), muy probablemente uno de los tres o cuatro contemporaneístas españoles más descollantes de las últimas décadas del siglo XX, cuya nervatura tan envidiablemente diseñara en obras de aliento y construcción admirables. Aunque él, muy justa y acertadamente, no gustara de la hipóstasis biográfica en el acontecer histórico, resulta evidente que sin su afanoso e incansable protagonismo como director general del Ministerio de Cultura (1979-82) el cuadro picassiano hubiera retrasado muchos, muchos años su definitivo emplazamiento en nuestro país. Ningún momento quizá más a propósito de subrayarlo que en las tormentas del día, cuando es más necesario que nunca dar al catalán entrañadamente madrileño que fuese Javier Tusell muestras continuas del agradecimiento que en toda sociedad bien conformada ha de provocar su inteligente y firme gestión para que el Guernica se instalase como prenda definitiva del futuro de paz, concordia y progreso para un pueblo ahíto de dramas y desgarros. Tampoco, penosamente, ha ocurrido así, al menos hasta el momento. Su buena memoria exige, sin embargo, esperar que solo haya sido un lapsus que pronto se repare... H

* Catedrático