El Papa Ratzinger huía del relativismo, sabedor de que su ductilidad actúa como carcoma de las convicciones. Puede que, como pontífice de liturgias antiguas, añorase el maniqueísmo simplificador, la mitificada fe del medievo aposentada en el rechazo de cualquier escala de grises. Sin embargo, esta empatía por los tiempos pregalileicos no le hacía adversario de la comunidad científica, ya que lo relativo --y no la relatividad-- puede hacer amorfos actos de fe y leyes gravitacionales.

No hay más que fijarse en el clima. Frente a los siempre desmemoriados por la inmediatez, puede insuflarse la liturgia de los ciclos para ningunear el cambio climático. No se incorporó la calima extrema entre las plagas de Egipto, pero hacia el 1180 antes de Cristo la temperatura en muchas latitudes se asemejaba a esa sauna permanente en la que moraron los dinosaurios. También hay que desmitificar el asociacionismo entre la Alta Edad Media y los carámbanos de hielo, pues entre el 700 y el 1300 se vivió un periodo, incluso, más cálido que el actual. La prueba es que se sembraron vides en Inglaterra, desaparecieron los glaciares suizos y Erik el Rojo pudo desembarcar en América gracias a unas aguas más bonancibles. Luego aconteció una pequeña edad del hielo, que duró hasta la mitad del XIX, y se palpó en la congelación del Támesis o en el gélido infortunio de la campaña rusa de Napoleón.

Sin ir más lejos, hace un cuarto de siglo conocimos una sequía similar a la actual: plegarias y advocaciones marianas, y salidas en procesión en pueblos de cuarteados terrones. Curro reclamaba un canon de concesión hidráulica para su Expo, y el embalse de Iznájar se quedaba en un 6% de su capacidad, con el escepticismo de los agoreros de que nunca se llegaría a llenar. En el otoño-invierno del 95 cambió esa racha, y hasta hubo que desaguar para evitar males mayores. Más madera, pues, para los relativistas, que en su cínica impavidez aguardan sentados en las graíllas de los portales, sabiendo que antes o después abrirán el paraguas.

Mal asunto. Si jugamos al todo y par del relativismo, conviene recordar que este planeta ya ha conocido cinco extinciones masivas, hecatombes que prolongaron por los siglos de los siglos el Armagedón. Pero cualquier virtualización catártica de nada sirve en una sociedad donde los selfies se han cargado la intrahistoria, y distorsionados enfoques del crecimiento económico y el desquite del desarrollismo en países hasta hace poco oprimidos, achican los logros de una extendida conciencia ambiental. Ya no vale implorar todos los males al anticiclón de las Azores, ni insuflar la vieja retórica franquista, en la que también la sequía se cuadraba y se hacía pertinaz.

La empinadísima curva de emisiones de CO2 que la Tierra conoce desde los años 60 puede consolidar a la Península ibérica como la nueva conquista del desierto sahariano. El agua se codiciará tanto como en los tiempos de romanos y árabes, que tanto apreciaban su valor. Llegarán las lluvias, pero también la desmemoria, y cuando la misma se moje de relativismo, ignorando modernizaciones en los regadíos y actitudes más responsables, acaso sea demasiado tarde.

* Abogado