A comienzos de los años 70 del pasado siglo, seguí las recomendaciones de un profesor y leí el libro de Unamuno En torno al casticismo, en el cual explica su idea de la intrahistoria, o más bien deberíamos decir que habla de «vida intrahistórica», que no solo identifica con la vida tradicional, como nos dice el DLE, sino que con ella también se refiere a lo que no aparecía día a día en los periódicos, que estaba por debajo de lo que se ve en superficie, es decir, «la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna». En la Historia no basta con el conocimiento de los grandes hechos o de las personalidades relevantes, es necesario conocer la vida de cuantos día a día construyen la realidad de un país con su esfuerzo.

Las historias locales tradicionales recuerdan a los «varones ilustres» de la localidad (siempre faltan las mujeres), pero en la vida intrahistórica de una población encontramos personajes que son un ejemplo por su constancia y por su originalidad. En Cabra he conocido a uno de ellos, Luis Trujillo Corpas. Nació en 1934 y a los seis años comenzó el aprendizaje de la actividad de su familia, que en principio era la de reparar los bidones para las fábricas de aceite. Pronto dominó el oficio de trabajar los metales, y elaboraba calderos y cualquier utensilio de los utilizados en los molinos y bodegas de la localidad. Llegó a fabricar una estufa, que a su vez servía de cocina, con una autonomía de 48 horas (las vendía a 300 pesetas, y hubo un «listo» que se las compraba para venderlas luego a 1.500). Al llegar el automóvil la familia se especializó en el taller de chapa, y esa sería su dedicación fundamental, pero trabajaban para otros talleres, hasta que convenció a su padre para instalarse como taller independiente, pues su idea era la de no depender de los demás, trabajar de manera directa y abrirse al exterior. Su taller lo han heredado sus hijos, que mantienen su línea de laboriosidad y de honradez.

Luis se parece en su trayectoria a otras muchas personas que han dedicado su vida al trabajo, pero lo singular en él es que tras su jubilación encontró una nueva actividad que, según sus palabras, le da la vida. Recicla todos los metales y latas del taller y les da un nuevo uso. Con un trabajo de artesano paciente se dedicó a construir barcos, entre ellos el Titanic, el Juan Sebastián Elcano (el primitivo del siglo XVIII), y sobre todo del que se siente más orgulloso, el Bahama, en el que perdería la vida el marino egabrense Dionisio Alcalá-Galiano en la batalla de Trafalgar. Pero ahí no quedó todo, ahora se dedica a elaborar algunos edificios significativos de Andalucía, primero fueron la Giralda y la Torre del Oro de Sevilla, y a continuación algo mucho más complicado: la plaza de España de Sevilla, realizada con piezas metálicas desmontables, incluidas las tejas, y dotada de su instalación eléctrica y de agua para el paseo de barcas. Ahora se encuentra en plena labor de una obra monumental: la Mezquita de Córdoba, de la cual ya tiene casi terminados los cuatro lienzos de las fachadas y el patio de los naranjos. Afirma que en su trabajo hay al menos cinco o seis oficios distintos, todo lo hace con sus manos, con sus herramientas, sin recurrir a la soldadura. Y no queda ahí la cosa, mientras espera a que se seque la pintura de las piezas, también hace sus pinitos pintando algunos paisajes egabrenses. No puedo describir con palabras su satisfacción mientras explica cómo desarrolla su trabajo, al que acude a diario, inclusive los domingos. Su labor es digna de admiración, y de respeto, tanto como él tiene hacia todo lo que sale de sus manos.

* Historiador