Charles Möller escribió una conocida obra titulada Literatura del siglo XX y cristianismo. El autor titula el primer volumen El silencio de Dios, y en él analiza la obra literaria de una serie de autores que han experimentado, padecido y reaccionado de formas muy distintas ante el silencio de Dios. El autor parte de una afirmación contundente: «El silencio de Dios pesa terriblemente sobre nosotros». En su obra va repasando distintas actitudes de los autores ante el silencio de Dios. Califica de honrados en esta cuestión a autores como Camus y Gide, que reaccionan contra Dios. Llama románticos a autores como A. Huxley y S. Weil, que, ajenos a toda religión, sin embargo, afirman que solo lo trascendente puede salvar al mundo. Es paradójico que quienes más sufren la ausencia de Dios sean precisamente los creyentes, y quienes más lamentan su presencia sean algunos no creyentes. Los creyentes quisieran sentir y gozar siempre su presencia. Algunos no creyentes quisieran hacer desaparecer a Dios de la vida pública y privada, del discurso y del vocabulario, del imaginario colectivo. Pero eliminar todo rastro de Dios no es tarea fácil, ni siquiera en los ambientes más secularizados. Se cuenta la siguiente historia de un conocido político: él se declaraba ateo confeso y practicante. Presidía una reunión en la que se debatía la propuesta de eliminar toda referencia a Dios en los discursos, documentos y manifestaciones del partido. Un camarada llegó tarde y entró saludando: «Buenos días nos dé Dios». El presidente de la reunión, enfurecido, le recriminó su retraso y, sobre todo, su referencia a Dios. Después, le imperó: «Y ahora salga usted de la sala y luego entre como Dios manda». ¡Ni para los ateos resulta fácil borrar todo vestigio de la presencia de Dios en la cultura ambiental! Quizás este haya sido uno de los grandes frutos que nos deja la Semana Santa de la calle, de la mano de las hermandades y cofradías: La presencia del Hijo de Dios vivo traspasando las entrañas de la «cultura ambiental», que le hizo preguntarse a Unamuno, esta interrogante tan cruel: «¿Por qué vivimos?». Hay que encontrar la respuesta.

* Sacerdote y periodista