Decía Rilque que si cada mañana te levantas y tienes deseos de escribir, entonces es que eres escritor. Tomad las precauciones necesarias, las distancias precisas y la proporción justa y eso es exactamente lo que me ha ocurrido cada mañana desde el horrible día en que se cometieron los atentados de Barcelona. Cada mañana, de verdad, me he levantado con ganas de escribir sobre el horror. Quienes siempre me acusan de exagerado pesimismo o de recordar cada dos por tres la maldad humana o la corrupción que constantemente nos aprisiona hubieran tenido su caldo de cultivo excelente, aunque es muy probable que hoy también lo tengan. Lo que me ha ocurrido desde el fatídico día diecisiete de agosto es que, a medida que han ido pasando los días, las ganas de escribir han ido menguando. Y voy a tratar de explicaros por qué me ha sucedido esto. Es una cuestión de proporciones igualmente que me ha hecho llegar a la conclusión de que hemos perdido casi absolutamente el norte. Mis deseos de comunicarme con vosotros han ido disminuyendo de forma inversamente proporcional al aumento del espectáculo en que se ha ido progresivamente convirtiendo este nuevo atentado terrorista. A otros, a los cientos de atentados que ocurren cada día, no les hacemos ni puto caso, pero este, para algunos medios de comunicación era la oportunidad ideal de, nunca mejor dicho, hacer el agosto. He terminado, lo confieso con sinceridad, hastiado y hasta cierto punto asqueado con los atentados de la ciudad condal y con la cobertura televisiva que algunos medios han empleado para la difusión de los mismos. Casi as-queado. Un asunto es informar y otra es convertir la información en una simple carrera por conseguir las máximas audiencias, cuotas, shares o como queráis llamarlo. Quiero recordar al filósofo anglosajón Paul Grice, quien en sus máximas conversacionales y en pos de conseguir un verdadero principio de cooperación afirmaba que hay que ofrecer solo la información que sea estrictamente necesaria y jamás sobrepasar este límite porque se corre un serio riesgo de pasar de ser informadores a ser, lo que de hecho son algunos, sencillamente charlatanes de feria. No sé si te sientes identificado conmigo en este parecer. Algunos presentadores de televisión, que cada cual ponga sus nombre, han caído al menos para quien os escribe, en un absoluto descrédito en cuan-to a su papel de ser quienes nos informan porque han convertido la información en un espectáculo casi circense. Esto es lo único que me ha quedado claro de los atentados de Barcelona. Lo siento, pero es así.

Comprendo perfectamente a quienes celebran la muerte. La muerte como ritual, el culto a los muertos, la celebración de la vida eterna es, ya lo sé, connatural al ser humano. Pero en ninguna cultura, en ninguna religión o tradición se obvia uno de los elementos fundamentales que siguen a la muerte: el duelo. La muerte se celebra de forma discreta y sencilla, pero sin quitar al duelo el sitio que le corresponde. Al menos, la celebración de la muerte en las diferentes tradiciones religiosas genera el sentido de la promesa de una vida después de esta. Todo es cuestión de que el individuo crea o no crea en ello. Pero cuando de esta situación se apropian los medios de comunicación, y dado que no pueden generar el sentido de una vida eterna, nos ofrecen otra que convierten en un circo. Tengo la sensación amarga de que después de los atentados de Barcelona nos hemos saltado el duelo para pasar directamente al espectáculo en todos los órdenes y sentidos: charlatanes de paseo por las Ramblas, imágenes a diestro y siniestro, miles de hipótesis sobre las conexiones, sobre la célula terrorista, como si fuera esto ya parte de “saber y ganar”; en definitiva, una lucha entre lobos -iba a escribir terroristas- de los medios. ¡A mí solo me preocupan las víctimas!, gritan todos a través de la radio, televisión, medios escritos, redes...pues la mejor manera de preocuparse por las víctimas y sus familiares hubiera sido un prudencial silencio, una información exacta, justa y precisa y la puesta en práctica, a quienes corresponda, de los medios eficaces para ir paliando la barbarie.

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea