En Córdoba, Ganemos e IU han planteado una iniciativa laicista que supone un ataque no sólo al catolicismo en sí sino a la libertad religiosa de los ciudadanos. El grupo de extrema izquierda representa lo peor del laicismo, instalado en un anticlericalismo beligerante y un proselitismo ateísta, convirtiendo el tema de las fiestas en una excusa para el conflicto social, el odio hacia lo religioso y el envenenamiento ideológico. De aquellas estridentes sirenas de Elena Cortés al paso de la Virgen de la Candelaria estas mociones cargadas de veneno ideológico.

En el Congreso sobre Filosofía y Religión que se acaba de celebrar en Granada, Fernando Savater reivindicó el carácter de «conocimiento probable» que tienen tanto la filosofía como la religión, destacando la legitimidad y la hondura del pensamiento religioso en cuanto complementario -no sustitutivo ni, por supuesto, antagónico- del estrictamente filosófico. La filosofía que tiende puentes hacia la religión, como hacia la poesía o la ciencia, es la alternativa liberal contra el dogmatismo hiperracionalista que, desde el cientificismo del Círculo de Viena al conductismo de Skinner y Watson, hizo retroceder a la filosofía y la psicología por su incapacidad teórica y su impotencia predictiva.

Mi comunicación en dicho Congreso fue sobre el movimiento del «nuevo ateísmo» en los Estados Unidos, representado por «los 4 jinetes del Apocalipsis» Daniel Dennett, Christopher Hitchens, Sam Harris y Richard Dawkins. Sus seguidores se conocen como los «Brights» («Brillantes» en alusión al Siglo de las Luces). En el contexto anglosajón, donde los ateos soportan más prejuicios en contra para ser presidentes de Estados Unidos que, por ejemplo, católicos, mujeres, negros, judíos y hasta musulmanes, se entiende la petición de Dennett de «salida del armario» de los ateos para luchar contra la satanización de la que son objeto. Por supuesto, hablé de que habían existido países que habían intentado imponer el ateísmo como ideología, pero ello no tenía que ver con el ateísmo en sí sino con el comunismo que había pretendido convertir el sano escepticismo hacia Dios de Richard Dawkins en un dogma totalitario made in Karl Marx. A la salida de la comunicación se me acercó una señora que se presentó como profesora de religión evangélica en un instituto. Tenía la peculiar condición de ser rusa y de haber estudiado en la Unión Soviética en los años 80. En aquella época, antes de que los vientos de libertad que impulsaron Reagan, Thatcher y Juan Pablo II derribaran el muro de Berlín, había que estudiar en la URSS obligatoriamente asignaturas como «marxismo analítico» y «ateísmo científico». Nunca, me dijo, se escuchaba hablar de esa cosa llamada «dios» y cualquier referencia a la religión no sólo se evitaba sino que se reprimía.

La propuesta de Ganemos e IU entronca en esta tradición del «ateísmo científico» de corte comunista, que revela un laicismo beligerante con lo religioso, intolerante con la tradición cultural, reactivo contra la convivencia y propugnador de un odio hacia todo lo que tiene que ver con el hecho religioso, deseoso de implantar una dictadura de lo «políticamente correcto». Recordemos que una de las acciones del primero de los totalitarios contemporáneos, Robespierre, fue sustituir las fiestas tradicionales religiosas por un culto «a la Razón y al Ser Supremo». Lo que sería gracioso si no fuera porque el líder de la extrema izquierda revolucionaria tenía la fea costumbre de cortarle la cabeza a todo el que se atrevía a reírse de sus ridículas y campanudas propuestas. Por el contrario, un laicismo liberal respeta las manifestaciones religiosas tradicionales porque expresan tanto los sentimientos profundos y legítimos de la mayoría de la población como los valores culturales de todo un pueblo. San Rafael y la Fuensanta en Córdoba, por ejemplo, trascienden lo religioso para convertirse en señas de identidad de toda una ciudad, tanto de católicos como de agnósticos, de religiosos y de ateos, de practicantes de las celebraciones religiosas como de consumidores de las fiestas profanas. Fiestas abiertas y plurales para todos, estas fiestas vinculan a la comunidad con una historia y una cultura. Y son un patrimonio no sólo religioso sino también civil, que tenemos el derecho de disfrutar y el deber de preservar.

*Profesor de Filosofía