Un siglo es un pestañeo de la historia, pero las pompas de hace una centuria parecen desmadejarse fácilmente en la memoria. Hablar hoy de Mary Pickford suena a evocación incierta... un plasma con tirabuzones para los amantes del cine. Quizá la primera novia de América, cuando el cinematógrafo ya era un fenómeno de masas que empezaba a achicar verbenas, pasacalles y kermés. La Pickford no tenía una gran variedad de registro. Representaba a una huerfanita con los ojitos aborregados, la lástima como nexo de unión entre la compasión del espectador rico y la aceptación de su casta por el atónito proletariado, ajeno en esos inicios a la fuerza revolucionaria del cine. Mary Pickford se ancló al cine mudo, como si la evolución de las especies del fotograma la derivase a un continente extinto y perdido. Aquella heroína que multiplicaba los nudos en la garganta apenas superaría hoy la asepsia de un antropólogo, empachado de tanto histrionismo almibarado.

No es fácil cotejar gustos y querencias entre franjas dilatadas del tiempo, pero a veces conviene vulnerar esa no agresión intertemporal para delatar con mayor claridad nuestras impertinencias. Sin ir más lejos, portavoza no es una brillantísima transgresión. No es el lujo de Cortázar con su Maga, instalando la República libertaria de las letras en las calles baldeadas de París. Portavoza es cutre, como las miembras que buscan los atajos de una chusca provocación. Esta fracción de la cuestión feminista costura una letra escarlata invertida, un cierto puritanismo de cuáqueras para todos/as los que no se atreven a eternizar los apóstrofes. Son tiempos de escasos caracteres y menores cinturas, el seguidismo envuelto en una arroba neutra para que no te señalen en una extraña cacería misógina. Irene Montero, como en su día lo fue la conjuradora astral Leire Pajín, pretende ser una amazona del léxico, comisaria de una checa que trata de extirpar todo atisbo de testosterona de un lenguaje machistón. Y Adriana Lastra, fuerza pujante de este PSOE de Quo Vadis? insiste en la variante portavoza. Por esa vía, hasta habría que haber emboquillado al pobre Alberti, cojones con el poeta dubitativo, que se permitía titubear entre el mar y la mar.

Peces y peças --así, con un toquecito garzón--; liebres y liebras, una paridad paupérrima que parece buscar a la baja el enrasillado del talento. Estoy cansado de leer panfletos cutres, a mayor gloria de organizaciones representativas, que apenas encubren la falta de estilismo y contenido con un amplísimo repertorio de embarrados/as, con un éxtasis igualitario que puede llevarles en pleno trance a arengar a hombros y hombras.

No creo que este sea el camino para superar discriminaciones sexistas. Acabamos de celebrar el día de la mujer científica, y si las matemáticas son el lenguaje de Dios, por estos derroteros, hasta Santa Teresa habría apostado por la cábala. No ha mucho, me topé con un lúcido subconsciente, referida a una profesión de magníficos/magníficas profesionales. He ahí que se trata de un colectivo de mayoritaria presencia femenina, y la madre de la criatura tenía que llevar a su hijo a consulta, para que le atendiese precisamente un varón. ¿Quién podía corregirle al indicar que pedía cita con el pediatro? Nosotros ignoramos los melodramas de Mary Pickford. ¿Qué será de nuestra gravedad lingüística cuando pase un siglo?

* Abogado