M al está que, al día siguiente de conseguir el poder, las promesas electorales se queden como una piltrafa. Mal está que llamen éxito a un rescate camuflado que nos costará más de 40.000 millones de euros. Mal está alabar a corruptos y abrazarlos en la plaza de toros rebosante. Mal está que, cuando te pillan infraganti, mires para otro lado poniendo cara de no haber roto nunca un plato. Mal está que el amigote embustero y evasor sea promocionado, por su dudoso patriotismo, a una prebenda internacional. Mal está la mínima retahíla de culpas democráticas que acabamos de desgranar en un periquete. Pero el pecado original, imperdonable, de un político que se considera demócrata es prostituir y despreciar al sistema hasta convertirlo en un guiñapo. Eso es lo que hizo quien todos sabemos aquel día aciago en el Senado -sede parlamentaria, templo de la soberanía popular-, cuando mintió con descaro al confesar que el tesorero Bárcenas había sorprendido su buena fe. Siendo lo cierto que, tras publicarse que el referido Bárcenas guardaba millones en Suiza, le envió un mensaje tranquilizador pidiéndole que fuera fuerte. Pero ahí no para la cosa. Recuerden que, al iniciarse Gürtel, compareció Rajoy, con todo su estado mayor, para aclarar que ‘no estamos ante una trama del PP, sino de una trama contra el PP’. Precisando el lugarteniente Trillo que los autores eran Rubalcaba y sus fieles policías. Una pestilente falsedad que no se desmonta con las actuales evasivas, pues, para más inri, el propio Rajoy nombró a Bárcenas tesorero y fue director de las campañas electorales de Aznar que, según Correa, se financiaron con euros irregulares. Todo ello es un pésimo ejemplo para la ciudadanía y para las nuevas generaciones políticas porque maltrata al sistema que, como decía Churchill, es el menos malo de todos los regímenes conocidos.

* Escritor