Anda en litigio, por el Ayuntamiento, la peatonalización de su entorno. Andan las zonas de bares, con esos veladores que crecieron cuando quitaron de fumar dentro, intentando ordenar los espacios. Andan las aceras algo asustadas porque sobre ellas no se le está dando prioridad al andar sino a la velocidad de las bicicletas que olvidan el carril bici, a las largas correas de los perros y a las cacas con que los chuchos las «adornan». Es el retorno a la calle, donde la vida comienza al amanecer y que muchos no pueden disfrutarla por estar atados al trabajo, por tener la faena a kilómetros de la ciudad o porque no gustan de su indefinición de propiedad, tan abierta como el (soñado) reparto de la riqueza. En el principio fue el hombre, que andaba y correteaba de aquí para allá sin más vehículo que la bicicleta, el autobús y, en casos urgentes y especiales, los taxis. Luego vino la técnica del progreso y el capitalismo a pie de banco y el coche se convirtió en el protagonista de los deseos y sueños de la sociedad que salía de la dictadura y que certificó en la tele el programa Un, dos, tres. El coche se adueñó no solo de la voluntad de los españoles sino de sus pueblos y sus calles y de las ciudades y sus cielos; en los pueblos obligó a sus vecinos más adultos a no sentarse a tomar el fresco porque el espacio lo robó para aparcamiento; y en las ciudades se pensó abrirle una especie de autopistas en sus centros para atravesarlas en un santiamén (en Córdoba estaba previsto hacer una gran vía que ocupara toda la Avenida Medina Azahara, siguiera por Concepción, Gondomar, Claudio Marcelo, la Corredera, San Pedro y todo aquel casco urbano hasta llegar a la ronda). Luego el mismo progreso empezó a reflexionar y Europa se planteó la peatonalización del centro de sus ciudades, donde andaba el comercio. Comenzó a verse que el coche había conquistado demasiado espacio de los ciudadanos y que era el momento de hablarle de tú. Y las ciudades, y algunos pueblos que habían utilizado el vehículo hasta para ir a los bares dos calles más abajo, empezaron a humanizarse, a prescindir de la atmósfera contaminante y a caminar sin miedo a un accidente. En Córdoba se puede pasear por su centro observando la vida. Pero en el espacio más romano, el de Claudio Marcelo y el templo, no se ha hallado la fórmula que conforme a unos y otros en la utilización de sus coches y de sus espacios para veladores. Quizá por eso, el Guadalquivir y su ribera, más cosmopolitas, han pensado que los peatones andarán por sus aceras, los veladores ocuparán el espacio de los aparcamientos y los coches se irán a las cocheras. Por donde irá el futuro.