Trabajemos por la justicia cada día, que para eso ya somos humanos. Pero trabajemos con la paz. Por muy justificada que tengamos la violencia, no respondamos con la violencia; no caigamos en el poder que nos dan las ideas y las palabras. Luchemos, pero como humanos: con la fuerza de la serenidad. No utilicemos el cuerpo, sino el espíritu. Somos hermanos, y no debemos degradar esa naturaleza. Seguramente tenemos todas las razones para dar la patada y el insulto, pero los humanos nos rebelaremos con la fuerza de la paz. Cada día ésta deberá ser la propuesta que nos hagamos. Pongamos el corazón en todo, por mucha justificación que tengamos de que podemos saltar con la violencia. Seguro que cada uno de nosotros posee miles de razones que alimenten su violencia contra los padres, los hermanos, los amigos, el vecino, la política y la historia. Pero seguro también que otros nos podrían cargar de reproches. Seguro que sí, porque si no no seríamos humanos. Pues por eso no deberíamos olvidar que cada palabra y cada pensamiento, por muy escondidos que estén en el fondo de nuestro corazón, producen una resonancia de amor o de odio en todo el universo. El privilegio de los seres humanos es que somos portadores de la vida. Vivimos porque otros nos dieron su amor, su comprensión y su humanidad. Eso mismo se lo debemos a todo lo que nos rodea. Tenemos que frenar la violencia y sus semillas rebelándonos contra la injusticia de manera digna, sin envilecernos, sin convertirnos en violencia, porque tenemos que ser consecuentes con la justificación de lo que queremos protestar.

* Escritor