Ofrecen al visitante una experiencia satisfactoria, estimable y digna de ser recordada. Si esto es así se generarán emociones positivas hacia la buena imagen de nuestra ciudad y ayudarán a la salud mental de quienes la visiten.

Sin embargo, especialmente en el mes de mayo, las aglomeraciones producen molestias en la accesibilidad a tan variados y coloridos espacios de carácter familiar. Tales molestias pueden ser obstáculos para poder alcanzar los fines deseados, inducirán emociones negativas en la vida del visitante lo que hará decrecer su nivel de satisfacción y aumentará el enojo de quienes esperan, hasta llegar a la frustración.

Se debe lograr, durante la visita a los patios, que quien se acerque a ellos para contemplarlos no sienta disgusto sino contento, ningún nerviosismo sino placidez, nada de ira sino mansedumbre, calma y serenidad.

Es obvio que los organizadores desean la satisfacción del visitante, es decir, una experiencia personal real, basada en la afectividad positiva nacida de la interacción entre la persona y el patio. Las molestias conducen a insatisfacción por el distanciamiento entre lo esperado y lo experimentado.

Los patios quieren crear lealtad en el visitante, capaz de aumentar nuestra buena reputación y de recomendar a otros la visita, dado su valor estético y cultural. Hay, por tanto, una relación entre afecto, satisfacción y lealtad tal como existe entre insatisfacción, desafecto y deslealtad.

Hay que evitar la congestión, la suciedad, los daños y la desatención de quienes reciben e informan, la ambigüedad y la confusión en la normativa reguladora de las visitas, porque está científicamente demostrado que una mala experiencia induce al desafecto, actúa negativamente sobre el grado de satisfacción del visitante y también, directa o indirectamente, sobre el mayor nivel de crítica negativa hacia nuestra ciudad.

La teoría de valoración del estrés o malestar postula que las molestias son dañinas para el bienestar personal. Se ha de evitar que nuestros visitantes tomen conciencia del valor de su tiempo en las colas de espera, que se enojen y que esa espera les cause insatisfacción. Si se van satisfechos volverán a visitarnos y recomendarán a otros que vengan a Córdoba.

Ha transcurrido un quinquenio desde que nuestros patios fueron declarados patrimonio inmaterial para la humanidad. Cada año gozan de mejor reputación y, por tanto, de la lealtad y satisfacción de los visitantes. Conviene cuidar los elementos que puedan crear insatisfacción, crítica feroz, sentimientos de desafección. El visitante debe oír la música que brota del brocal del pozo, el tembloroso silencio de las rosas, el tiempo inacabado de los colores como si todo el entorno fuera un sueño posible. Las enredaderas que se apoderan de las rejas y los pasos sobre el suelo empedrado deben ser susurros que se recuerden placenteramente al regresar a casa.

Ese agua que salpica en la fuente y se redobla una y otra vez hará que el visitante sueñe despierto.

El patio en Córdoba es terrenal cielo para su dueño y principio de serlo para el visitante, algaradas de felicidad para el cuidador, mano tendida a quien desee contemplarlo, asombro y emoción, alegría en quien al patio llega viniendo de largo viaje.

Que al instante le entren ganas, entre macetas y flores, de quedarse.

El patio es esplendor, luz, color, goce de estar vivo. Sigamos haciéndolo bien para que, nunca, para quien lo visita sea extravío.

* Hijo adoptivo de Córdoba