Soy discapacitado. Contemplo la vida con una marcha distinta a la que tenía. Un paso que me ha hecho recapacitar en la raíz, y en la floración, en la aportación que ofrecemos las personas con discapacidad a la sociedad.

Ser discapacitado no es ser especial, desarrollamos una milimétrica empatía, la sensibilidad esculpida en tiempos de soledad, para entregar una sonrisa, que engendra otras sonrisas. La ayuda a la investigación, a la asistencia, la «dependencia económica», que genera una vida digna.

Todos, discapacitados y no discapacitados somos dependientes en las diferentes ramas de nuestra existencia. La educación es el abrazo sensitivo que todo ser necesita para su evolución, sin distinciones, sin rechazos, sin discriminación. No deben existir voces discordantes, en el bienestar común, en la sociabilidad de la propia sociedad.

Por eso el domingo pasado, 3 de diciembre, he deseado a todos «un feliz día de la unión».