La realidad se queda con su lento equipaje, apenas un fulgor de eternidad. Podría haber ocurrido: una victoria del Córdoba CF sobre el Real Madrid, que acabó con Cristiano Ronaldo golpeando a sus propios fantasmas, en medio del vacío terrenal. Algo hay en este hombre de tormenta interior, de proyección errada de sí mismo, como si más allá del poderío físico se abismara en un océano existencial que solo alcanza sentido cuando gana. Ayer, en Córdoba, debía de saber que la posible victoria se originaría en el destello individual, porque en el juego colectivo de concisión y acecho el equipo de Djukic le había cortado el paso al Real Madrid. De llevarse los tres puntos, se debería únicamente a ese resplandor minúsculo en la hierba, como ocurrió al final, por el penalti generado por Bale. La vida tiene esto: uno se pasa sus noventa minutos en un cerco imposible, en una especie de pulso contra la economía, y de pronto, apenas un instante, un solo fichaje millonario resulta más productivo que la labor de un equipo, con su propio coraje y su desgaste dejado en el aliento de lo que pudo ser, con su foto perfecta.

Cuando encaró el camino hacia el vestuario, mientras masticaba la tarjeta roja, Ronaldo se sacudió el escudo de la camiseta: no el del Real Madrid, sino el otro, añadido recientemente tras ganar el mundialito de clubes, que acredita a su equipo como el mejor del mundo. Fue un gesto ambiguo, vertical y seco: parecía estárselo limpiando, como si le estuviera quitando el polvo de un albero invisible. No acreditó grandeza, sino su frustración. Cabría preguntarse si estas gentes tienen cerca a alguien que les pueda explicar, a grandes rasgos, cómo funciona el mundo fuera de sus pies. Así ha venido a Córdoba: sin firmar un autógrafo, pasando por la estacióny el hotel sin detenerse a saludar a un niño, como si estuviera concentrado en la lectura de los Diálogos de Platón. Si estos hombres valoraran su influencia, más allá de las ventas de las camisetas, quizá podrían enseñar otras maneras de sentir el fútbol y la vida. Hombre, párate con ellos, que han venido a verte, que han traído a sus padres, que luego han perseguido el autobús. O que Florentino Pérez te explique que deberías pararte, ser más cariñoso, devolver a la vida la suerte que te ha dado. Y manda algún mensaje constructivo a los niños, como el relato honrado del esfuerzo común que ayer dibujó un Córdoba valiente.

Bebé, Ghilas, Florin y Cartabia: Djukic fue con fuerza a ganar el partido, que es como hay que salir, y así arañó el penalti, con su vapor de sueños en el 1-0. ¿Qué finales podrían haberse escrito? Muchos, como si la combinación entre Cartabia y Bebé hubiera hilado el trazo de la alegría total. Luego marcó Benzemá, porque a veces lo hace, y en el minuto 54 Fede Cartabia, con un disparo fortísimo desde la frontal, pudo haber dejado mudo a Iker Casillas. O después Bebé, mientras el Córdoba estructuraba la sustancia de su épica y en algunos segundos parecía que el empate se quedaba corto. Fue entonces cuando Cristiano Ronaldo buscó su silueta junto al poste, forcejeando con su propia impotencia. No protestó la tarjeta. Sí lo hizo Fede Cartabia tras su mano dentro del área. En la pugna del juego, con su tensión interna y su pinza en los nervios, uno puede perder el norte a puñetazos o levantar el brazo dentro de su área para atajar un disparo que acabará en penalti. Mereció más el Córdoba, mereció un empate ordenado y fructífero, pero en el salto raudo hacia el silencio un hombre levanta el brazo para desviar un lanzamiento, mientras despega el codo del costado, en esa extensión plástica que luego fue el penalti, se pierde la serenidad y esa evasión no tiene vuelta atrás. En un segundo puede articularse un pensamiento, una ética del mundo y el destino de cualquier ilusión. Lo que más me gustó del partido de ayer fue que el Córdoba saliera a pelearlo, a sufrirlo y ganarlo, y nosotros con él. Tenemos la mejor afición de la Primera División, con ese canto unido, cívico y moral del "Sí se puede", que encierra más verdad que el mero juego: porque es todo un mensaje que podemos lanzar a la ciudad, encarnarlo en nosotros, en estos tiempos hechos para sobrevivirlos.

* Escritor