Ya podemos ir en AVE a París, ahora que ya no es necesario porque en Francia las películas verdes son más pálidas que aquí. ¡Lo que hubieran dado nuestros abuelos por haber podido ir a pecar con las apaches de cabaret y cancán en un sanjesús, en un santiamén! Dicen que no va a ser rentable. Gentes de poca fe, ¿qué significa la rentabilidad ante la magnificencia del universo, ante el vaivén del chacachá del tren, ante ese levantarse y caminar de un lado a otro en un acto contrario al de estirar las piernas pues debes tensar los músculos para no caerte? En mis viajes a Francia he utilizado el avión, el coche y el tren. He sido viajero del Talgo nocturno entre las dos capitales y del Talgo hasta la frontera y luego del TGV (el AVE galo), más incómodo, estrecho y peor, hasta el Sena. Nada comparable al... avión, sobre todo porque estarte casi un día entero hecho un cuatro y dormir en coche-cama atravesado respecto al sentido de la marcha, no es plato de gusto. Pero no niego que el nombre, esa transustanciación de la realidad por medio de las palabras que supone adjudicar una nomenclatura a las cosas, tiene mucho de mágico. Por ejemplo, no es lo mismo subirte a un avión que sacar billete en la Compañía Internacional de los Coches Cama y de los Grandes Expresos Europeos, que además dicho en portugués es la leche; o en el Orient Exprés y el Transiberiano o en el Transmanchuriano. De eso sí cojea el AVE, demasiado corto el tiempo empleado y su nombre mismo. ¿Que no va a ser rentable y que sus horarios son inconvenientes entre Madrid y París? Es muy posible. ¿Pero qué es el dinero público ante la inmensidad del mar?

* Profesor