Imaginemos otro final para esta figura del evangelio. Ha sido curado por Cristo y sale de la casa con la camilla. En la puerta da las gracias a quienes lo llevaron. Habían dejado a un lado sus vidas por tal de transportarlo. Pero entonces nuestro personaje piensa que no se encontraba tan mal en la camilla. Allí estaba seguro; todo era conocido; eso de estar curado tiene sus riesgos: hay que vivir, tomar decisiones, ser libre. Así que a la vuelta de la primera esquina extiende la camilla y vuelve a abandonarse en ella. Ve pasar a Cristo y la gente que estaba en la casa. Cristo lo mira, y el paralítico se encoje de hombros. Se autocompadece. Llora. Pero se encuentra seguro en su pena. Siente un placer agridulce de sufrir así. Ahí nadie lo molesta; no tiene que tomar ninguna decisión. Llueve, pero no importa: está acostumbrado a todas las humillaciones. Llega la noche, pero no importa: cualquier cosa con tal de no tener que molestarse en andar. Vuelven a pasar otros que se ofrecen a ayudarle. Lo cargan. Lo llevan. Pero no sirve. El paralítico ama su camilla. Los perros olisquean, se orinan. Pasan los cerdos. Gruñen, husmean, muerden la camilla, por si puede comerse. Suben las cucarachas. Van y vienen las moscas. Merodean las ratas de los estercoleros; roen los pies del paralítico, que así tiene más motivos para compadecerse de lo desgraciado que es. Pero se siente seguro en su desgracia. Y llega un día en que hasta la camilla lo abandona. Se rompe. El paralítico cae en la basura y el fango. Pero no le importa. Ha practicado tanto el estar tumbado que se encuentra a gusto. Y tiene cada vez más motivos para sentirse desgraciado, abandonado y fracasado. Así que llora mejor. En realidad, para él el sufrimiento es la excusa perfecta para sentirse cómodo tumbado. Puede llorar a gusto. Es un experto en llorar sin ruido, sin que se note. Así nadie lo molesta ofreciéndose a ayudarle. Y el paralítico se va pudriendo. Y cuanto más sufre, más se justifica en que no sirve, en que su vida y su persona están bien así, en que da igual todo con tal de no tener que levantarse. No necesita ayuda, porque lo único que quiere es esconderse de vivir. Y se aniquila, pero da igual: así se siente más seguro. Niega la vida a otros, pero da igual: él no molesta a nadie.

* Escritor