Acabamos de internarnos en el verano 2016, que se inicia con un buen puñado de noticias y de acontecimientos. Ayer, Europa, en el punto de mira; hoy, elecciones generales en España; mañana, lo más probable, la hora de los consensos. Como telón de fondo, las encrucijadas y las sorpresas. ¡Cuántas y de qué tamaño! ¡Esa es la cuestión! Por eso, bueno será serenar el espiritu y recordar, hoy precisamente, una vieja parábola de Klaus Berger, que nos coloca en otros paisajes, con otras reglas de juego. Dice así: «Un día nos presentarán la cuenta por la luz del sol y el susurro de las hojas, por la nieve y el viento, por la hierba y el agua; por el aire que respiramos y la contemplación de las estrellas, por los atardeceres y las noches. Un día tendremos que irnos y habrá que pagar. ¡La cuenta, por favor! Y el dueño de todo, con una sonrisa, dirá: «Obsequio de la casa. Ha sido un placer». Con esta parábola, Klaus Berger, teólogo de la Universidad de Heidelberg, pone punto final a su obra Jesús. La brindo ahora que empieza el verano, una de las etapas cíclicas de la naturaleza. Etapas que el mundo rural vivía con emoción, santificaba y celebraba con pasión, y de las que quienes pertenecemos a una sociedad industrial e informática ni siquiera nos damos cuenta, a no ser por los habituales y banales comentarios de que las estaciones ya no son como antes o, todo lo más, por los partes meteorológicos. Sin embargo, es un regalo constante que recibimos, sin admirar ya el valor ni comprender el precio ciertamente superior al de tantas cosas innecesarias que se nos proponen y que adquirimos. La señal evidente del desprecio a ese regalo insustituible es la contaminación y devastación ambiental, e incluso la incapacidad de valorar la importancia única y absoluta de esa realidad cotidiana. Un aforismo árabe afirma: «Nada hay más evidente que el aire, pero ¡ay del que no lo respira!». Lo mismo cabría decir del agua y de la luz. El verano, las vacaciones nos ponen en contacto con campos y ciudades, pero, sobre todo, nos invita a la contemplación de los distintos paisajes. Ya no sabemos contemplar, ni asombrarnos del milagro continuo que el Creador realiza, ni vivir una experiencia como la que cantaba el padre Turoldo: «Tú no sabes lo que es la noche / en la montaña, / estar a solas como la luna... / mientras el viento apenas vibra / en la puerta entornada de la celda». El verano llega para captar mejor la luz e iluminar mentes y caminos, para recuperar fuerzas e ilusiones perdidas, para protagonizar hallazgos y encuentros, para descubrir pequeños o grandes tesoros. No olvidemos la gratuidad de tantos dones, ni la voz que nos susurra al oído: «Obsequio de la casa. Ha sido un placer». No olvidemos buscar un lugar tranquilo para la reflexión personal, para aprender que la vida es aventura de amor y de esperanza, metas que en nuestras manos están. H

* Sacerdote y periodista