Todo cambia. Lo dijo Heráclito: « En los mismos ríos entramos y no entramos, (pues) somos y no somos (los mismos)». Esto parece irrefutable. Recojo unos ejemplos.

Fíjense lo que se le ocurrió escribir a Ramón J. Sender cuando en 1933 viajó a la URSS: «Las últimas banderas rojas, tremolando bajo el cielo, nos despedían, Yo pensaba casi en voz alta: Ahí queda ese enjambre afanoso de hombres nuevos con la misión abrumadora de edificar otra humanidad (...) Trabajad, construid (...) Yo he visto la alegría de las multitudes en los parques, la seguridad simple y confiada de las madres en los jardines de infancia (...) Seguid tranquilos trabajando (...) No hay en el mundo quien pueda con todo esto (...) El triunfo será vuestro» (Madrid-Moscú. Notas de viaje. 1933-1934). Pero en 1955 en uno de sus artículos para la American Literary Agency afirma: «El maravilloso pueblo ruso no ha conocido nunca la libertad. En toda su historia se registra solo un corto espacio de algunos meses entre febrero y octubre de 1917». Son fechas anteriores al estallido de la Revolución Rusa, que en estos días se cumplen los 100 años.

En 1957, un par de años después, Gabriel García Marquez viaja a la URSS y en su libro De viaje por Europa del Este nos cuenta una anécdota deliciosa en una reunión con jóvenes moscovitas que, al saber que la prensa de Occidente está en las manos de empresarios, no lo comprenden, pues argumentan que el periódico Pravda le cuesta al Estado más de lo que produce. García Márquez les asegura que en Occidente pasa lo mismo, pero que las pérdidas las compensan con los anuncios. Los jóvenes no entienden el concepto de publicidad. García Márquez les llevó entonces al hotel y les enseñó un periódico en el que había dos anuncios de diferentes marcas de camisas y le explicó que ambos dicen al público que sus camisas son mejores; y cómo uno de los jóvenes le preguntara que, cuando la gente sabe cuáles eran las mejores camisas, por qué permiten que el otro siga diciendo que las suyas son mejores, García Márquez le aclaró que el comerciante tiene derecho a hacer su publicidad y que, además, la gente sigue comprando las otras camisas aunque sepa que no son las mejores. Los jóvenes observan los anuncios, discuten vivamente y, de pronto, se sentaron a torcerse de risa.

Quienes hayan visitado Moscú tras la desaparición de la URSS y comprobado el consumismo voraz al que se entregan los rusos de hoy, o hayan contemplado a una joven rusa cimbrearse sobre sus tacones de punta de aguja en el adoquinado de la Plaza Roja, no entenderán, como le pasó a García Márquez, de qué se reían los jóvenes moscovitas.

Es lo que nos pasa hoy en nuestro país. Quienes hayan escuchado decir que en Cataluña se estaba gestando una Revolución, si no son piadosos se habrán muerto de risa al creerse el bulo de que la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, arrepentida, habría renegado de sus deseos independentistas, calificado la DUI de acto simbólico y acatado la Constitución vigente, cuando la verdad es que, según La Vanguardia, basándose en «fuentes presentes en la sala del TS», Forcadell declaró ante el juez «acatar la aprobación del artículo 155, la renuncia a vías unilaterales y reivindicó medios exclusivamente pacíficos».

Se me ha cambiado la cara y me he puesto serio. ¿Qué camisas vende el periódico catalán?

* Comentarista político