Antes de nada, quiero completar el título, que quedaría así: "Pablo VI, el Papa que no supimos amar en España". Aunque la noticia es que hoy será beatificado en Roma, se abre a numerosos titulares: "El Papa del Concilio Vaticano II", así ha pasado a la historia. O podríamos añadir también: "El Papa del difícil, hermoso y consolador posconcilio". O como tituló su amplia biografía el escritor Peter Hebblethwaite: "El primer Papa moderno". Ciertamente, a Pablo VI le correspondió pastorear la Iglesia en un momento particularmente difícil: fue un papa en un tiempo de inclemencia, con fuertes borrascas y granizadas. Con embestidas a babor y a estribor, a derecha e izquierda de la barca de Pedro. Todo un cambio de época. Y más de una tormenta le cayó encima. Elegido Papa con 66 años, en junio de 1963, a la muerte de Juan XXIII, Pablo VI sirvió a la Iglesia durante quince años, hasta el 6 de agosto de 1978 en que murió. Dos años y medio de concilio en sus tres últimas sesiones, y trece de duro y gozoso posconcilio. Poco a poco, se ha ido haciendo justicia a este gran Papa, a este hombre de Iglesia, a la que amó profundamente y por la que, en aras de su unidad, sufrió mucho. No en vano, en su testamento dejó escrito: "Siento que la Iglesia me rodea: ¡Santa Iglesia, una, católica y apostólica, recibe con mi bendición y saludo, mi supremo acto de amor! Ruego que el concilio se lleve a término felizmente y se trate de cumplir con fidelidad sus prescripciones (...) Cierro los ojos sobre esta tierra doliente, dramática y magnífica, implorando una vez más sobre ella la bondad divina". Imposible recoger los destellos más importantes de su vida. A vuela pluma, señalemos algunos. El fue el que redactó, cuando estaba en la secretaría de Estado, al lado de Pío XII, aquel dramático llamamiento ante los terribles acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial: "¡Aún estamos a tiempo! ¡Nada se pierde con la paz! ¡Todo puede perderse con la guerra!". El fue, como arzobispo de Milán, el que trabajó denodadamente en el mundo obrero, con una misión popular de hondo calado; en el mundo de la cultura, al lado de las inquietudes pastorales de sus sacerdotes. Luego, como Papa, el concilio y el posconcilio. Fue tan incomprendido como criticado, especialmente en España, tergiversando su actitud hasta límites increíbles. En su testamento, en el que insiste hasta tres veces que no deseaba tumba especial ni monumento, y en el que pide funerales de máxima simplicidad, expresa sus últimos consejos sobre lo que más importa, dejándonos esta joya sobre el mundo: "No se piense que se le ayuda adoptando sus criterios y sus gustos, sino procurando conocerlo, amándolo y sirviéndolo". Hoy, el Papa Francisco inscribirá su nombre en el libro de los santos, de aquellos que, a pesar de sus errores y pecados, han confesado: "Sí, Señor, no sé con qué fuerzas, pero tú sabes que te quiero".

* Sacerdote y periodista